Stuart mill y hume

A. LA ÉTICA DE SÓCRATES

Sócrates (469-399 a.C) defiende una doctrina ética que se denomina intelectualismo moral. Para el intelectualismo moral, el bien es algo absoluto, es el mismo para todos los seres humanos, no varía de una cultura a otra. Los seres humanos pueden llegar a conocer lo que está bien y lo que está mal. Sólo quien conoce el bien puede realizarlo, además de que su realización produce necesariamente la felicidad, una felicidad duradera y verdadera. De manera que, como  nadie se procuraría el mal a sabiendas, sólo puede hacer el mal el ignorante. Conocer el bien que suministra felicidad y no hacerlo resultaría contradictorio, según esta doctrina, para la que el malo es, en el fondo, “tonto”. Así pues, el ignorante, el que desconoce las virtudes, el bien y la felicidad a ellos asociada, actuará mal. Se trata evidentemente de una teoría paradójica y contraintuitiva: parece que todos podríamos citar ejemplos de personas que, aunque conociendo lo que está bien, optan por hacer el mal, que es lo que les hace felices, que es de lo que obtienen ventaja inmediata. Sin embargo, un intelectualista estricto como Sócrates negaría esa posibilidad: los abusos y las injusticias, el mal, se vuelven a la larga contra quienes los ejercen. Se pueden citar múltiples ejemplos: si construyo rápido y con materiales de baja calidad los edificios para aumentar mis beneficios, al final esos edificios pueden caerse y llevarme a la cárcel; si abuso con las condiciones e intereses de mis préstamos, ahogo a mis clientes, lo cual acaba arruinando mi propio negocio; si corro en demasía con mi coche no considerando la posibilidad de tener un accidente que me puede dejar parapléjico, es que realmente no he entendido las circunstancias, no soy malo, soy ignorante. Y lo mismo vale para el resto de los casos. El sabio es prudente, entiende a fondo los riesgos del mal y por eso no comete mal alguno. Sócrates llega a decir incluso que es mejor padecer la injustita que cometerla. Es evidente: ¡mejor que los ignorantes sean los demás!.


B. LA ÉTICA RELATIVISTA DE LOS SOFISTAS

Los sofistas como Protágoras y Gorgias, contemporáneos de Sócrates, defendieron una doctrina opuesta a la de éste. En primer lugar, negaban que el bien se pudiera conocer y que fuera igual para todos. Dependiendo de las diferentes circunstancias sociales se podría tener un punto de vista distinto acerca de lo que es bueno y malo. Como educadores que recorrieron diversas ciudades griegas, observaron que las costumbres eran diferentes en cada lugar. Las normas se establecían por convención social. Así, lo que es bueno para unos, puede que sea malo para otros. Ésta es la tesis principal del relativismo moral. El bien y el mal son relativos, dependen del punto de vista del que valora. Protágoras lo expone así en su obra Antilogías: hay muchos ejemplos que muestran formas contrarias de valorar las cosas. Que se rompan los zapatos es algo negativo para mí, pero bueno para el zapatero; al igual que una avería en el coche o un dolor de muelas pueden ser negativos para el que los padece, pero no para el mecánico o el dentista. Protágoras quiere con estos dobles argumentos, que es así como califica a las Antilogías, poner a las claras la relatividad de toda valoración, es decir, la dependencia que tiene toda valoración –y con ella los valores mismos- del sujeto que valora y del contexto en el que el sujeto realiza la valoración.

Trasímaco, otro sofista, defenderá que la justicia es lo que conviene al más fuerte. Todos los sofistas niegan, por tanto, que exista el bien común, que existan criterios internos o externos a una sociedad que permita determinar en qué consiste este bien común. El criterio determinante de lo que está bien y e lo que está mal es siempre el grupo, es relativo al grupo: el grupo que tiene más fuerza lo impone. De manera que la receta sofista para la felicidad, muy realista por cierto, muy conforme con lo que ocurre de hecho, es la de convertirse en el más fuerte, en el que impone la ley según su beneficio. Los sofistas se dedicaron, en coherencia con lo que enseñaban, a formar a la clase política dirigente, sobre todo en el arte de vencer en los debates. Ni el bien ni la verdad son absolutos: el bien es lo que establece el argumento más fuerte mientras no se demuestre lo contrario.


LA ÉTICA DE LOS CÍNICOS

Esta teoría se debe a la Escuela de los Cínicos, fundada por el griego Antístenes (450-365 a.C.). Su lema fundamental consiste en vivir conforme a la naturaleza huyendo de los convencionalismos sociales. La libertad absoluta que proporciona estar al margen de las normas sociales es lo que hace feliz al cínico.
De hecho, etimológicamente, “cínico” significa “como un perro”, “perruno”. Y es justo la vida ciertos animales, como el perro, la que constituye un modelo para los cínicos: cuenta la tradición que no les importaba realizar sus necesidades fisiológicas en la plaza pública. Entre sus seguidores se encuentra
Hiparquia, considerada la primera filósofa de la historia de Occidente. De familia adinerada, se enamoró del cínico Crates de Tebas y lo abandonó todo para seguirle en sus prácticas. Diógenes de Sinope, también conocido como Diógenes el Cínico, vivían en un tonel semidesnudo siguiendo la filosofía de los cínicos. El emperador Alejando Magno fue un día a visitarlo y le propuso que le pidiera lo que quisiera, que se lo concedería, y Diógenes contestó: “Que te apartes, que me tapas el sol”. Viendo también Diógenes a un niño beber con las manos en un manantial, rompió el cuenco que llevaba, afirmando: “Aun tengo cosas superficiales que me sobran”.

Los movimientos hippies, okupas, antisistema, son en la actualidad deudores del movimiento cínico. Su filosofía de amor a la naturaleza, apartamiento de la sociedad y renuncia a lo superficial evitaría con total seguridad el cambio climático, pero, por otra parte, nos impediría también disfrutar de los aspectos positivos del progreso (avance del conocimiento y la medicina, por ejemplo).

El significado actual que ha adoptado el término “cínico” (falso, hipócrita, sinvergüenza) poco o nada tiene que ver con los cínicos clásicos. La patología psicológica denominada en la actualidad síndrome de Diógenes –referida a las personas que acumulan de forma irracional toneladas de basura en sus hogares- se asocia paradójicamente a la figura del rebelde, austero y “antisocial” Diógenes el Cínico.


LA ÉTICA ESTOICA

Es la ética del estoicismo, escuela de filosofía fundada por Zenón de Citio (332-262 a.C.). Recibe su nombre de la “Stoa”, el pórtico donde se reunían estos pensadores a filosofar. El estoicismo es una de las corrientes filosóficas con más y más variados representantes a lo largo de la historia del pensamiento. Su lema fundamental, que recomienda vivir y actuar racionalmente, con sentido común y de acuerdo con el orden establecido por la naturaleza, ha convencido a muchos filósofos y no filósofos que no encuentran alternativa mejor a este modo de proceder. Entre dos o más opciones, el estoico se decantará por la que se amolde al comportamiento más coherente, auténtico y justo. Entre los estoicos clásicos destacan Séneca (1-65), Epicteto (50-125) y Marco Aurelio (120-180).

La tesis más conocida de esta escuela es probablemente la denominada resignación estoica, que hay que aplicar siempre que se ha hecho todo lo que se ha podido para conseguir un bien, pero no se ha logrado (tal vez por razones ajenas a la propia voluntad). Por eso, los estoicos saben diferenciar entre:

-Las cosas que dependen de nosotros

-Las cosas que no dependen de nosotros

Por las cosas buenas que  dependen de nosotros, debemos esforzarnos. Respecto de las que no dependen, tenemos que ejercitarnos en que no nos afecten. Una persona puede conducir de forma prudente, respetando las normas de tráfico, eso es algo que depende de ella, pero puede sufrir un grave accidente por la conducción temeraria de otros. Controlar la conducción temeraria de los demás ya no está en sus manos. En un caso así el estoicismo recomienda resignación. Sin embargo, cuando no se ha hecho lo que se debía y las cosas salen mal, surge el arrepentimiento o los remordimientos de conciencia, que son muy difíciles de acallar. Por eso los estoicos insisten en la importancia de hacer las cosas bien para alcanzar la felicidad: “Lo bien hecho bien parece”. Frente a los que aseguran que el estoicismo fomenta la pasividad por su defensa de la resignación, el verdadero estoico respondería que “el estoico lo quiere todo racionalmente, pero está dispuesto y preparado para quedarse sin nada”. De hecho, a partir de esa ambición justa y racional, muchos estoicos superaron su condición de esclavos, como el propio Zenón, Epicteto y Cleantes.


EL “EMOTIVISMO MORAL” DE DAVID HUME

El filósofo escocés David Hume (1711-1776) defendía que lo que explica el comportamiento moral del ser humano es alcanzar el gozo, el bienestar y la felicidad del mayor número de personas posible. Para Hume, no es posible ser felices en solitario; necesitamos de la felicidad de los que nos rodean. Por esa razón, consideraba muy importante el concepto de simpatía y de cercanía hacia los demás.

Asimismo, para este autor la ética es un asunto más de sentimiento que de razón, lo que se conoce como emotivismo moral. De esta forma, una acción moral es para nosotros buena o mala no porque la razón así nos lo indica, sino en función del sentimiento positivo o negativo que nos provoca.


EL “UTILITARISMO” DE BENTHAM Y JOHN STUART MILL

Como Hume, J. Bentham (1748-1832) afirma que el ser humano actúa siempre movido por la búsqueda de la felicidad del mayor número de personas posible. Pero añade un nuevo concepto: lo que nos produce placer y felicidad es bueno y, por tanto, útil
. Bentham introduce, asimismo, la posibilidad de medir los placeres, que se diferencia en lo que a cantidad se refiere y pueden ser ordenados jerárquicamente desde este punto de visto.

Por su parte, J. S.
Mill (1806-1873) añade a la teoría utilitarista de Bentham que los placeres no solo se diferencian en lo que se refiere a la cantidad, sino también en lo que respecta a la cualidad. Así, existen placeres superiores (morales e intelectuales) e inferiores (físicos). Puesto que el fin último es que el mayor número de personas alcancen esos placeres superiores, no se trata solo de lograr la mejora material de la sociedad; además, hay que ocuparse del desarrollo de los individuos y de sus intereses más profundos y permanentes, es decir, del progreso espiritual del hombre, que sólo es posible en libertad. El mejor sistema político será, por tanto, aquel que garantice la mayor libertad para los individuos y su progreso moral. Por eso, para Stuart Mill la democracia es la mejor forma de gobierno.


LA ÉTICA KANTIANA

Inmanuel Kant (1724-1804) es autor de una de las propuestas éticas que mayor impacto ha causado en la historia del pensamiento moral. Un punto de vista central de la doctrina kantiana defiende la necesidad de eliminar cualquier interés personal, todo egoísmo, de nuestra conducta. Este desinterés personal tendrá como consecuencia positiva el interés de la sociedad en su conjunto. Si fuésemos capaces de situarnos siempre en la perspectiva de lo que sería el bien general –rechazando el interés personal egoísta-, las cosas funcionarían mucho mejor. Así, por ejemplo, si me encuentro una cartera en la calle con dinero, mi interés personal podría impulsarme a quedármela. Sin embargo, el bien general me dice que lo correcto es devolverla. No puedo quedarme con cosas que no son mías. Si todos actuásemos de forma kantiana, el mundo sería muy diferente, sin duda mejor. Se trata, muy resumidamente, de una propuesta que sintetiza la esencia de toda ética: se describe cómo debería ser una sociedad justa en la que todos antepusiéramos el interés general al interés personal. En una sociedad kantiana no habría niños que mueran de hambre, personas sin techo, mujeres maltratadas, etc, todos ellos síntomas de que alguien no cumple con su deber, de que alguien abusa de otro, lo utiliza como medio, no respeta su dignidad. El único mandato de la ética kantiana, el denominado imperativo categórico, ordena ponerse en la piel del otro antes de actuar, asegurarse de que nos gustaría que cualquier otro en nuestro lugar hiciera lo mismo, considerar qué ocurriría si nuestra acción se generalizara: “Obra sólo según una máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal”. Es indudable que todos, actuando desinteresadamente de acuerdo con la ética de Kant, convertiríamos el  mundo en lo más parecido a un paraíso.


NIETZSCHE Y LA RISA

F. Nietzsche (1844-1900) es representante del vitalismo, una corriente que defiende la necesidad de  valorar los aspectos más alegres, positivos y constructivos de la vida para lograr la felicidad. Lo que nos entristece y abruma, convierte la vida y nuestra existencia en algo duro y difícil de sobrellevar, y conviene, por ello, transformarlo. En su libro Así habló Zaratrustra, Nietzsche se sirve de la metáfora de las tres figuras para señalarlos cuál debe ser el camino del cambio:

1. El camello: es el momento inicial en el que nuestra vida está envuelta en problemas. Las jorobas del camello simbolizan la pesada carga que se arrastra cuando seguimos unos valores y principios que nos hacen infelices: los complejos de culpa, resentimientos, frustraciones y, en definitiva, pensamientos irracionales, son algunos de los impedimentos que nos apartan de una vida adecuada.

2. El león: representa la figura que aniquila los valores anteriores. El simbolismo es evidente: la fiereza del rey de la selva nos debe dar la fortaleza y el valor necesarios para dar un giro de ciento ochenta grados a una vida que nos hace infelices. Acabando con lo que nos hace daños, sentamos las bases para empezar de nuevo, para construir una vida.

3. El niño: con su inocencia y falta de prejuicios, le sirve a Nietzsche para enseñarnos cómo debemos empezar a construir unos nuevos valores desde el principio: “Hay que recuperar la seriedad que de niño se tenía al jugar”. Hay que tomarse la vida como un juego, no como un castigo, y respetar alegremente sus reglas como lo hacen los niños cuando juegan, lo cual implica una nueva relación con la existencia que nos hará felices.

En palabras de Nietzsche, tenemos que hacer de nuestra vida una obra de arte; no en vano, es única e irrepetible. Sólo nosotros somos dueños de nuestras acciones y vamos creando con cada acción algo nuevo y personal. Si somos creativos e introducimos ocurrentes novedades, el premio será mayor. La felicidad y la risa serían sus consecuencias. Cuando el hombre aprende a reírse de la vida, de sí mismo y de lo que le rodea, está salvado.

Desde la óptica actual, podemos decir que se adelantó a una de las psicoterapias más celebradas en la actualidad: la RISOTERAPIA. Las personas curar sus problemas de estrés, ansiedad y depresión en sesiones colectivas donde las carcajadas son protagonistas. Nietzsche compartía la opinión que daba por perdido un día si no se había reído al menos una vez.


LA ÉTICA EXISTENCIALISTA

Jean-Paul Sartre (1905-1980), uno de los principales representantes de esta corriente, plantea una filosofía pesimista en la que concluye que la vida humana carece de sentido. Asimismo, piensa que el hombre está solo y abandonado y es libre. Sin embargo, la libertad no es entendida como un bien, sino como una condena.

La ética existencialista es una ética del deber que se basa en dos principios:

-Elegir esto o aquello es dar al mismo tiempo valor a lo elegido, porque siempre elegiremos lo bueno, nunca lo malo.

-Elegimos como bueno para nosotros lo que pensamos que es bueno para todos.

La principal diferencia con respecto a la ética de Kant es que, para el existencialismo, la razón no siempre indica qué hacer en determinadas situaciones; por tanto, el hombre se verá obligado a elegir una de las opciones, lo que le producirá angustia. Por ello, el ser humano debe construir un proyecto vital en una existencia moralmente comprometida. ¡Escribe tu texto aquí!

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