Sartre

II.- Teorías de Sartre

I.- El ser humano como libertad: angustia, desamparo y desesperación


Sartre afirma que la «existencia precede a la esencia». El ser humano, cuando nace, lo único que posee es un cuerpo físico. Pero su conducta propiamente “humana” no está predeterminada o preestablecida de antemano por nadie), como sí ocurre con otros seres naturales. De modo que lo que humaniza al ser humano es resultado de sus elecciones o decisiones continuas, aunque éstas no sean completamente conscientes. El ser humano es, por tanto, libertad, y no podemos desprendernos de esta carácterística aunque no deseemos ser libres. La libertad del hombre permite explicar también el hecho de la gran variedad de conductas humanas (tanto individuales como colectivas) frente a la mayor homogeneidad e invariabilidad de las conductas animales.

Ahora bien, la libertad de la que nos habla Sartre no es elegir todo lo que nos apetezca, porque hay ciertas cosas que nos suceden sin que las elijamos nosotros. Sartre utiliza el término “facticidad” para referirse a ese conjunto de hechos que nos suceden y que no dependen de nuestra voluntad.

La libertad del ser humano provoca los sentimientos de «angustia», «desamparo» y «desesperación».

La angustia es, pues, para Sartre, lo que nos pone de manifiesto la libertad.

Sin embargo, la experiencia cotidiana muestra que son pocos los que viven y sienten su angustia. El motivo de no percibir esa angustia es, según Sartre, el autoengaño carácterístico de la mala fe. Pero «aun cuando la angustia se enmascara, aparece».

Frente a la angustia, brotan otros sentimientos igualmente inquietantes: el desamparo y la desesperación.

«Cuando se habla del desamparo (…) queremos decir solamente que Dios no existe, y que de esto hay que sacar las últimas consecuencias». Y ya sabemos cuáles son esas consecuencias: estamos solos, somos proyectos, somos absolutamente libres, somos autolegisladores y, en consecuencia, somos absolutamente responsables de nuestras acciones.

No muy distinta es la desesperación.
Si de la soledad proviene el desamparo, de los límites de nuestra voluntad surge la desesperación

Por último, Sartre mantiene que la libertad de cada hombre tiene que vérselas con la libertad de los demás. El descubrimiento de que no somos los únicos seres libres se hace -dice Sartre- a través de la mirada, lo cual provoca, en un primer momento, el sentimiento de “vergüenza. Sin embargo, posteriormente, en la relación que se establece entre mi libertad y la libertad de los demás puede suceder que, o bien el otro intente tratarnos como meras cosas, o bien nosotros intentemos hacer lo mismo con ellos e intentemos no reconocer su libertad. Por tanto, concluye Sartre, la esencia de las relaciones interpersonales es el conflicto.

II.- Relaciones entre esencia y existencia humanas en el existencialismo


Sartre afirma que lo común a todo existencialismo es que «la existencia precede a la esencia». ‘Esencia’ significa, en sentido general, aquello que hace que algo sea lo que es y que realice determinadas funciones.

Así, por ejemplo, en el caso de los artefactos creados por el hombre, las necesidades humanas crean ciertos objetos que sólo son útiles en la medida en la que responden a lo que se espera de ellas.

También de la naturaleza, podría decirse que su esencia precede a su existencia. Por ejemplo, se puede estar prácticamente seguro que una planta o un animal, se comportarán de acuerdo con lo que es su esencia.

Según Sartre, también la tradición filosófica occidental, desde Sócrates en adelante, dieron por supuesto que en los seres humanos «la esencia precede a la existencia» de la misma manera que existían las tijeras en la mente de su inventor.

De acuerdo con esta visión clásica del hombre (su esencia es anterior a su existencia), el valor de éste depende del grado en el que responda a su esencia. Un ser humano que no se ajusta a los criterios preestablecidos de la “esencia humana” es “malo”.

Sin embargo, para Sartre, todo esto terminó definitivamente en el Siglo XIX cuando Nietzsche trajo la noticia de que «Dios ha muerto». En efecto, si no hay Dios, podríamos decir que tampoco el hombre es una idea que estuviera en la mente de Dios a la cual tenga que responder el ser humano.

En resumen, que no haya Dios implica que no hay esencias ni valores universales e inmutables, y que, por tanto, no existe una naturaleza humana. Pero además, implica que el hombre está solo, «abandonado» a su suerte y no puede hacer otra cosa que inventarse –hacerse- a sí mismo- e inventar sus propios valores y normas de conducta, es decir, autolegislarse. Sartre mantiene pues, que cada hombre tiene que construir, crear su «esencia» en todo momento y desde la nada.

III.- La realidad: la nada


«El ser y la nada. Ensayo de una ontología fenomenológica». En esta obra, Sartre distingue entre «el ser-en sí» (para referirse a la realidad excepto el hombre) y «el ser para sí» (para indicar al ser humano en cuanto que es capaz de crear y dar sentido a las cosas).

El «ser en sí» es algo opaco y cerrado en sí mismo; es el modo de ser propio de las cosas. El «ser en sí» no mantiene una relación con aquello que lo rodea.

Sartre considera este «ser en sí» como «absurdo» en el sentido de que su existencia no tiene ningún significado preestablecido: de igual modo que existe, podría no existir, y puesto que Dios no existe, el sentido que tenga el mundo dependerá del significado que quiera darle el hombre. Lo que ocurre es que muchos hombres no pueden aceptar esta falta de sentido del mundo y la tremenda responsabilidad que tiene el ser humano a la hora de dárselo.


Frente al «ser en sí», Sartre habla del «ser para sí».
Este último se puede caracterizar por no ser nada determinado y acabado. El hombre es «ser para sí», alguien que no tiene esencia o naturaleza, sino que es pura libertad y que va construyendo su esencia a base de tener que tomar decisiones continuamente.

El ser-para-sí es «transparencia», «vacío», «hueco», «abierto» y «temporal». El ser-para-sí es, en definitiva, la capacidad del hombre para crear y actuar con libertad.

El hombre quien introduce el sentido en el mundo  y quien hace posible la libertad.

Pero en el mundo no sólo hay cosas (seres-en-sí) y mi conciencia (que Sartre llama ser-para-sí), también hay otros seres-para-sí. El ser-para-si que soy yo se convierte entonces en un ser-para-otro.

Si la estructura fundamental del ser-para-sí es la libertad, la existencia de otros seres-para-sí es la existencia de otras libertades que no son la mía y que, en consecuencia, limitan mi propia libertad (como yo limito su libertad). Se genera así un conflicto de libertades en el que uno de los sujetos (yo o el otro) queda reducido a objeto (a cosa, cosificado), pues o bien un sujeto cosifica a otro, o bien él mismo se cosifica aceptando al otro como sujeto: «mientras yointento liberarme del dominio del prójimo, el prójimo intenta liberarse del mío; mientras procuro someter al prójimo, el prójimo procura someterme«.

Puesto que la relación que establece el ser-para-sí con los otros para-sí es la del conflicto, siempre tratamos de liberarnos, de recuperar nuestra libertad atrapada por el otro y de nuevo ser-para-sí, de manera que el otro, a la vez que me somete, me hace ser lo que soy: «un proyecto de recuperación de mi ser».

Esto es lo que ocurre también en el amor: «amar, en su esencia, es el proyecto de hacerse amar«, es una revancha sobre aquél que quiere hacer de nosotros un instrumento suyo.

El amor y el odio representan los dos tipos fundamentales de relación con los demás. Ambos se encuentran abocados al fracaso. El hombre es una pasión, pero una pasión inútil: «cada uno de nosotros es un verdugo para los demás«.

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