Porque los estoicos dividían la filosofía en tres partes

Fue fundado por Zenón de Citio  quien abríó en 306 a.C. Su escuela en Atenas, en un lugar llamado Stóa poikilé, de ahí el nombre de Estoicismo.
La doctrina estoica fue sistematizada por Crisipo (280-210), uno de sus discípulos. Su concepción de la naturaleza se inspira sobre todo en Heráclito, por lo que entiende el mundo como un todo unitario (monismo) y armonioso, regido por la necesidad inflexible de la ley o Logos universal. A esa necesidad que rige el cosmos la llaman los estoicos «Destino» o «Providencia». Es un orden necesario, pero totalmente racional, es decir, no determinado por el azar o el capricho. El orden natural será así el único refugio capaz de proporcionar racionalidad en un marco social caótico. El mundo es un ser animado y armonioso, que posee vida propia. Tiene un ciclo vital que termina con una gran conflagración universal, envuelto en fuego, tras la cual todo vuelve a comenzar de nuevo. La Ética constituye el núcleo fuerte de la doctrina estoica. Mientras la Física enseña a conocer la Naturaleza, la Ética enseña a vivir de acuerdo con la Naturaleza. El bien moral del ser humano, por lo tanto, consiste en vivir de acuerdo con la Naturaleza global y con la propia naturaleza. Esto equivale a vivir de acuerdo con la razón, porque así descubrimos la Razón universal que rige todo el orden natural: el «Logos que todo lo gobierna». La virtud,  por lo tanto, consiste en la disposición permanente a vivir de acuerdo con la razón. Cuando la naturaleza humana se desvía, entonces surge la pasión, que Zenón define como una conmoción del alma contraria a la recta razón y a la Naturaleza. Como defienden la existencia del Destino, creen que es necio intentar rebelarse contra él, porque sólo se alcanzará desesperación y sufrimiento. La verdadera sabiduría, la única manera de alcanzar la felicidad, consiste en aceptar el destino serenamente, aceptar las cosas como vengan. El sabio estoico es, por tanto, imperturbable, aquel que se resigna y no se rebela frente al Destino, y guía su vida por la razón eliminando las pasiones para alcanzar la apátheia (ausencia de pasiones). Así, el estado virtuoso del alma será aquel que logra no romper el equilibrio, el que se manifiesta imperturbable tanto ante las cosas buenas o placenteras como las malas o dolorosas porque sabe esos momentos también pasarán. De entre las virtudes del sabio destaca la prudencia, junto con el autodominio, la fortaleza de carácter y la templanza.


Pirrón de Elis fundó una escuela que tuvo escasa duración pero que dio origen a una corriente de pensamiento, el escepticismo, representativa de muchas posiciones y planteamientos posteriores en filosofía.
Aunque ya en los sofistas había pensadores típicamente escépticos fue Pirrón quien asumíó el escepticismo como posición filosófica radical. Se opónía así a los filósofos que él consideraba «dogmáticos», aquellos que se creían seguros de haber encontrado la verdad, porque él entendía la filosofía como una búsqueda o indagación continua, que nunca termina, porque es una lucha permanente contra aquellos que creen haber hallado la verdad definitiva. Pirrón atribuye a nuestras sensaciones sólo un valor relativo: sólo nos muestran «el modo como aparecen» las cosas ante nuestros sentidos, pero no las cosas tal como son en sí mismas. Y como las sensaciones son la fuente de nuestro conocimiento, no hay razones para considerar a una más verdadera que su contraria. La única actitud sensata sería suspender el juicio y no decir nada.
Desde esta concepción de la verdad, Pirrón propone una ética de la imperturbabilidad (ataraxia): ya que no podemos saber nada con certeza acerca de las cosas del mundo, lo apropiado es mantener una absoluta indiferencia para que ninguna percepción o vana opinión perturbe nuestro ánimo. Frente a epicúreos y estoicos, que proponen una doctrina o teoría para alcanzar la ataraxia, los escépticos mantienen que toda doctrina teórico-práctica es inconsistente, vana e igualmente engañosa y fruto del acuerdo, costumbre o convencíón. La tranquilidad del espíritu, en la cual consiste la felicidad, se consigue, según los escépticos, no aceptando una doctrina sino rechazando cualquier doctrina que se presente como definitiva. La continua indagación es el medio para alcanzar esta derogación y, por lo tanto, la ataraxia. Intentando responder a los mismos problemas que afrontó el estoicismo y el epicureísmo, Pirrón propuso que sólo el escéptico puede ser feliz y substraerse a las angustias de la vida.


Aunque se trata de un período donde la reflexión moral es prioritaria, no obstante la ciencia también vivíó una cierta «revitalización» en la época helenística, de la mano de hombres tan talentosos como Euclides, Arquímedes o Aristarco de Samos entre otros. Con la conquista defintiva de Grecia por parte de la civilización romana se considera finalizada la época helenística, sin que la época romana que la sigue aporte demasiadas novedades sobre sus antecesores. La fílosofia romana es ecléctica o sincrética, es decir, una mezcolanza de corrientes filosóficas aderezadas con la influencia místico-religiosa procedente de Oriente. Como en la mayoría de las facetas artísticas y culturales, los romanos fueron dignos continuadores de Grecia: Lucrecio fue portavoz de Epicuro, Séneca y Marco Aurelio siguieron los pasos del estoicismo y Sexto Empírico es el mejor escéptico romano. Es en el Derecho donde encontramos la aportación más novedosa e importante de los romanos a la cultura occidental. En pleno auge del Imperio Romano, en una de sus provincias periféricas, Palestina, el nacimiento de un futuro líder religioso no va a pasar inadvertido. Después, la historia occidental contará sus años a partir de su nacimiento. Se trata de Jesús de Nazaret, el fundador de una secta del judaísmo (así lo advirtieron los romanos) que en pocos arios se expande por toda la costa del Mediterráneo y se interna en el corazón del Imperio. El cristianismo se solapará junto a la filosofía romana y aportará varias novedades conceptuales:

(La doctrina de la creación de la nada (ex nihilo) por parte de Dios) (El monoteísmo, desconocido hasta entonces excepto en el judaísmo) (La nueva concepción del hombre manchado por el pecado pero dueño de su libre arbitrio) (El problema del mal y la redención divina mediante la fe) La relación entre la filosofía y el cristianismo fue muy variable durante los primeros siglos cristianos. De la desconfianza inicial de Tertuliano respecto a la filosofía, se pasó a requerir de su ayuda para convertirse en más persuasiva, por un lado, y para separar la nueva religión de las múltiples sectas que coexistían con ella, por otro.

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