Ortega y Gasset: Filosofía de la Vida, la Circunstancia y la Razón

Introducción Biográfica

José Ortega y Gasset nació en Madrid en 1883, durante el reinado de Alfonso XII. A lo largo de su vida, fue testigo de periodos clave de la historia de España, como la pérdida de las colonias en 1898 y el reinado de Alfonso XIII hasta 1923. En 1910, Ortega se destacó al obtener la cátedra de Metafísica en la Universidad de Madrid y fundó la Liga de Educación Política Española en 1914. Se opuso al golpe de Estado de Primo de Rivera en 1923 y dimitió de su cátedra en 1929 debido a la intervención de la dictadura en la Universidad. Después de un periodo fuera del ámbito académico, recuperó su cátedra en 1930. Durante la Guerra Civil (1936-1939), se exilió y vivió en varios lugares. Regresó a España en 1955 y murió ese mismo año.

El Problema del Conocimiento y el Ser Humano

Durante su formación en Alemania, Ortega fue influenciado por corrientes como la fenomenología de Husserl, el existencialismo de Heidegger, el historicismo de Dilthey y el neokantismo de Cohen, que marcan su etapa objetivista (1902-1914). Ortega critica tanto al realismo, que afirma que la realidad está en las cosas, como al idealismo, que sostiene que la realidad reside en el yo. Para él, la realidad radical es la vida humana: el yo en relación con su circunstancia.

Su famosa frase “yo soy yo y mi circunstancia” resume esta idea: el yo es inseparable del contexto que lo rodea, aunque no lo haya elegido. La vida no está hecha, sino que hay que hacérsela, lo que implica libertad y responsabilidad. Somos libres porque debemos elegir entre distintas posibilidades según nuestras circunstancias. Por eso, el conocimiento es esencial: saber es necesario para saber a qué atenernos en la vida.

Ortega diferencia entre ideas y creencias: las ideas las pensamos conscientemente, pero en las creencias vivimos sin pensar en ellas, como cuando no reflexionamos sobre la silla que nos sostiene. Las creencias son el fundamento de nuestra vida. Cuando estas fallan, buscamos ideas que puedan convertirse, con el tiempo, en nuevas creencias.

Ortega también afirma que el yo es vocación: una llamada que nos impulsa a construir nuestra vida a partir de la circunstancia que nos ha tocado vivir. Cuando respondemos a esta llamada, vivimos de forma auténtica. En cambio, quien se deja llevar por lo que hace «la gente» vive una vida inauténtica.

Su segunda etapa filosófica es el perspectivismo (1914-1923), donde defiende que cada vida ofrece un punto de vista único e insustituible sobre el mundo. No hay una única verdad absoluta, sino múltiples verdades parciales según la perspectiva de cada uno. Propone que uniendo esas perspectivas podemos acercarnos a una verdad más completa. Considera que todos somos insustituibles, pero advierte que muchas veces vemos el mundo con los ojos de otros y no desde nuestra propia perspectiva. Según él, incluso la teoría de la relatividad de Einstein refuerza esta visión: la realidad es relativa, no nuestro conocimiento de ella.

En su tercera etapa, el raciovitalismo (1923-1955), critica la razón científica por considerarla incapaz de comprender al ser humano, ya que este no tiene una naturaleza fija como los objetos físicos. Frente a las filosofías irracionalistas, propone una nueva forma de razón: la razón vital, que entiende la vida desde la propia biografía de cada persona. La razón no es abstracta, sino una herramienta que usamos para entender nuestra experiencia concreta. Comprender la vida es entender el sentido que tienen sus hechos dentro del conjunto de nuestra existencia. Esta es, para Ortega, la gran tarea de la filosofía moderna.

El Problema de la Sociedad y la Razón Histórica

Ortega analiza el problema de España con la famosa frase “España es el problema, Europa la solución”. Con ello, se distancia del enfoque pesimista de la Generación del 98 y retoma la tradición liberal que veía la decadencia española no como un destino inevitable, sino como una consecuencia cultural: España se habría alejado de la modernidad europea. Para él, la regeneración del país debía pasar por su «europeización», es decir, por su modernización científica, política y cultural tomando como modelo a Europa.

Critica la visión del 98, que se centraba en la angustia existencial y el análisis estético o metafísico de España, proponiendo en su lugar una respuesta más activa y racional. Ortega distingue entre una «España vieja o muerta», anclada en el pasado, y una «España nueva», encarnada por la generación joven del siglo XX, a la que él se dirige como pensador y líder intelectual. Esta nueva élite debía educar y guiar a las masas hacia el progreso.

Su pensamiento culmina en la razón histórica, una evolución de su concepto de razón vital. Si la razón vital se centra en comprender la vida individual desde la perspectiva biográfica, la razón histórica lo hace desde la sucesión de generaciones humanas. Ortega afirma que el ser humano no tiene naturaleza, sino historia, porque no es una entidad fija, sino un ser en constante devenir y construcción.

El pasado condiciona lo que podemos ser, ya que no podemos volver a ser lo que ya fuimos. Frente a la razón físico-matemática (científica, lógica), propone una razón narrativa, necesaria para comprender los hechos humanos: para entender a una persona o a un país, hay que contar su historia. Esta perspectiva histórica da sentido al presente y permite comprender por qué se actúa de determinada forma.

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