El Problema Mente-Cerebro en la Filosofía Contemporánea
El debate sobre la relación entre la mente y el cerebro es uno de los más persistentes y complejos en la filosofía y las neurociencias. A lo largo de la historia, diversas teorías han intentado desentrañar esta intrincada conexión, desde posturas que defienden una identidad total hasta aquellas que postulan una distinción fundamental.
El Monismo Reduccionista
Esta teoría defiende la identidad entre la mente y el cerebro, sosteniendo que las actividades mentales son meros procesos fisicoquímicos. Por tanto, lo que denominamos mente es el conjunto de procesos neuronales que tienen lugar en el sistema nervioso. El estudio de lo mental debe ser abordado desde una perspectiva científica basada en la observación y el estudio del sistema nervioso en general y del cerebro en particular. Este es el objetivo de las neurociencias modernas.
El Naturalismo Biológico
Esta teoría intenta explicar la naturaleza humana desde un punto de vista distinto de las posiciones dualistas y monistas, ya que considera que ambos enfoques son erróneos. El dualismo es erróneo por considerar que alma y cuerpo son independientes y valora la sustancia inmaterial por encima de la sustancia material.
El monismo también es considerado erróneo por negar la existencia de los estados mentales e incluso la de la propia mente.
El naturalismo biológico considera que la mente y sus propiedades forman parte de la naturaleza, y que los fenómenos mentales tienen una explicación biológica. Sin embargo, este planteamiento no significa que la mente sea una realidad independiente del cerebro (dualismo) ni tampoco que pueda reducirse la mente al cerebro (monismo). El naturalismo biológico se fundamenta en la idea de que la mente y sus propiedades, sobre todo la conciencia y la subjetividad, son resultado de la evolución. Surgieron porque el sistema nervioso había alcanzado en el proceso evolutivo su constitución como un sistema que no equivale a la suma de sus elementos simples, sino que es algo más, en el que el todo es mayor que la suma de sus partes.
Sus propiedades exclusivas corresponden al modo peculiar en el que se ha constituido la materia cerebral: un número incontable de neuronas articuladas en un sistema capaz de realizar las funciones necesarias para la supervivencia del individuo. Por tanto, la mente, la conciencia, la subjetividad, etcétera, no son una realidad independiente del cerebro. Entre ambos, la interrelación que se produce es la misma que entre un sistema y sus partes. No es que el cerebro cause la mente (en cuyo caso serían dos cosas diferentes), sino que la mente es el cerebro en funcionamiento.
Ética: Corrientes Filosóficas Fundamentales
La ética, como rama de la filosofía, se ocupa del estudio de la moral, la virtud, el deber y el buen vivir. A lo largo de la historia, diversas escuelas de pensamiento han propuesto marcos para entender y orientar la acción humana.
El Relativismo de los Sofistas
En el siglo V antes de nuestra era, en el pleno auge de la democracia ateniense, unos maestros llamados sofistas ofrecían enseñanzas sobre los asuntos más cercanos al ser humano: antropología, derecho o política.
Son escépticos respecto de la capacidad de entendimiento humano para alcanzar la verdad, por lo que no se puede distinguir entre lo verdadero y lo falso, ni entre lo bueno y lo malo. Este escepticismo les lleva al relativismo, considerando que la verdad o los valores morales dependen de las circunstancias. No hay criterios universales, sino que todo es opinable y, por tanto, relativo.
Si no existen verdades universales, se hace necesaria la búsqueda de un saber práctico que sirva al ciudadano para orientar su vida diaria. El concepto de verdad se sustituye por el de utilidad. La auténtica sabiduría consiste en tener opciones mejores y remedios más útiles. La sabiduría y el sabio son tales en la medida en que sirven para mejorar la situación del ser humano.
De esta forma se configura el relativismo, marcadamente caracterizado por la imposibilidad de obtener verdades universales.
De acuerdo con esto, la realidad se percibe según las diversas situaciones en las que se encuentra cada individuo. Según Protágoras, uno de los principales sofistas, no tiene sentido hablar de lo que las cosas son, sino de lo que le parece a cada uno. Aplicado al campo de la ética, esto significa que no se puede definir qué es el bien, la justicia o cualquier otro valor moral, ya que serán buenas o justas aquellas cosas que así le parezcan a cada uno.
Desde este punto de vista, nadie puede achacar error al otro, porque ninguna opción es más verdadera que otra.
Sin embargo, sí que es posible afirmar que una opinión sea mejor que otra si así parece a juicio de la mayoría.
De este modo, para los sofistas la virtud consiste en averiguar qué es lo que la mayoría considera justo y conveniente, convenciendo al resto de los ciudadanos en la asamblea pública (el Ágora) de que tal cosa es conveniente. Por lo tanto, el hombre virtuoso es el ciudadano virtuoso.
El Intelectualismo Ético: Sócrates
Esta teoría parte de que quien actúa de un modo virtuoso y correcto es porque conoce lo que es el bien. De este modo, la virtud y la sabiduría van siempre unidas. El que más sabe es el que mejor actúa; por esta razón, esta teoría recibe el nombre de intelectualismo ético. La inteligencia y el saber son los caminos que conducen a la virtud. Esta concepción implica que el mal procede de la ignorancia y del error. Sócrates defendió esta teoría afirmando que la persona mala o injusta es en realidad ignorante. Para Sócrates, así como para su discípulo Platón, los valores morales son objetivos y universales. Cuando el ser humano conoce el bien, actúa con rectitud porque nadie se equivoca a sabiendas. La causa de que los seres humanos actúen mal procede de un error intelectual al juzgar como bueno o conveniente lo que no es tal. Para ser justo hay que conocer la justicia, para ser honesto la honestidad y así para todos los valores morales; en definitiva, para hacer el bien hay que saber qué es el bien.
Sócrates defiende la existencia de unos valores éticos universales, pero no pretende enseñarlos ni exponerlos mediante discursos, sino ayudar con sus preguntas a que su interlocutor llegue a descubrirlas por sí mismo en su propio interior. Este método socrático fue llamado mayéutica, que significa literalmente ‘oficio de ayuda a dar a luz’, ya que Sócrates piensa que la verdad está dentro de cada uno de nosotros y el papel del maestro consiste en ayudar al alumno a encontrarla por sí mismo planteándole las preguntas adecuadas.