La Pregunta como Motor del Aprendizaje Crítico

La pedagogía de la pregunta: Una contribución al aprendizaje

Educere, enero-marzo, año/vol. 115-119

LA PEDAGOGÍA DE LA PREGUNTA –EDUCERE, TRASVASE DE LO PUBLICADO • ISSN: 1316-4910 • AÑO 9, Nº 28, ENERO – FEBRERO – MARZO, 2005 • 115-119

Una contribución para el aprendizaje

ORLANDO ZULETA ARAÚJO
ozuleta@latinmail.com
UNIVERSIDAD DE LOS ANDES
NÚCLEO UNIVERSITARIO “RAFAEL RANGEL”.

El tema de la pregunta pedagógica como herramienta de aprendizaje, ha sido quizás, uno de los temas que menos debate ha suscitado en la institución educativa, y sobre el que menos se investiga y publica en nuestro medio, a pesar de ser un tema tan importante y necesario en la dinámica de los procesos formales de adquisición de conocimientos. Entre tantos otros, éste sería el tema de la pregunta como recurso pedagógico.

El problema es tal, que los docentes y alumnos nos vemos a menudo enfrentados a un sistema educativo anquilosado, que no cuestiona el objeto del conocimiento y mucho menos los procesos de aprendizaje autónomo. Lo cierto es que el sistema educativo que nos rige, es inaplazable rebatir en la institución escolar los rezagos de la educación bancaria o tradicionalista para oponerle una educación en la cual el alumno fundamente su aprendizaje mediante el uso reflexivo de la pregunta, y sea un constructor, un gestor de sus propios conocimientos, y ojalá, mediado por las interacciones de sus propios compañeros de grupo y quizás, amigos, que soportan las mismas necesidades de conocer y de saber, y que de alguna manera son afectados por problemas de la vida diaria que exigen soluciones.

Así pues, con las limitaciones que pueda tener este artículo, solo se pretende hacer una pequeña contribución acerca de un tema tan extenso y de tanta trascendencia para la tarea educativa como es el referido al aprendizaje teniendo a la pregunta como recurso pedagógico. Lo que sería ideal, es que en la práctica cotidiana maestros y educandos aprendiéramos a valorar el uso de la pregunta en nuestras relaciones interpersonales, y que llegáramos a considerarla como fuente de conocimiento tanto en la vida corriente como en el aula escolar.

Dialéctica: el arte de hacer preguntas

El filósofo Hans-Georg Gadamer, en su libro Verdad y método, nos ilustra ex profeso lo pertinente a la pregunta. Para el profesor Gadamer, preguntar quiere decir abrir; abrir problemas, lo mismo que mantenerlos hasta cuando se logran los objetivos y se planteen nuevos problemas y nuevas situaciones de aprendizaje en este continuo trasegar que es la vida. La pregunta es, además, un elemento pedagógico que estimula y da solidez al proceso de autoaprendizaje. Es una herramienta de primer orden en el proceso de aprender a aprender.

La pregunta debe acompañar y, de hecho, acompaña al ser humano durante todo el desarrollo de su vida. Para Gadamer, por ejemplo, quien no se hace preguntas no es porque se haya vuelto tonto sino porque no sabe que no sabe. Esto significa tener una postura humilde frente al saber. En cambio, una persona que se cree que lo sabe todo, que se jacta de ser sabio, bloquea toda posibilidad de aprendizaje. Y, por el contrario, lo que puede ocurrir en los interminables procesos de aprendizaje, es que quien no sepa la respuesta –en un momento determinado–, debe reflexionar sobre la pregunta planteada.

Sócrates: la pregunta

En nuestras culturas latinoamericanas, al estudiante se le ha negado la posibilidad de preguntar y no solo en el proceso educativo, sino en toda la vida cotidiana, en toda la vida cultural, porque en las estructuras de poder tradicional y vigentes, la pregunta se convierte en subversiva. A través de Sócrates, también destaca la importancia de la pregunta como arma ideológica. En este sentido, se escucha la voz del narrador que dice:

“Los que preguntan, son siempre los más peligrosos. No resulta igual de peligroso contestar”.

Con ello, Freire nos quiere significar que la pregunta es de naturaleza humana, y por tanto, el hombre como ser histórico-social se debe a que ha logrado constituir un lenguaje articulado y pensado a partir de la formulación de sucesivas preguntas. Aquí, en el final, percibimos una idea plena de sabiduría acerca del sentido de la pregunta, que queda flotando en el ambiente tal vez con la intención de dejar en los lectores una sensación de tranquilidad y desconcierto, muy parecida a la que produce la duda metódica.

Sería de gran importancia que los docentes y los alumnos pusiéramos en práctica algunas de las ideas expuestas por Hans-Georg Gadamer, en la seguridad de que lograríamos ser más consecuentes con el sentido pedagógico y educativo de la pregunta, que por lo demás, es un derecho que se merece pensar mejor, y poseer una mayor capacidad y calidad desde su pensamiento, desde luego, podrá formularse preguntas con mayor sentido.

Sin embargo, la educación y los maestros tradicionales se olvidaron de las preguntas y que con ellas empieza el conocimiento. Con la pregunta, en términos de Freire, nace también la curiosidad, y con la curiosidad se incentiva la creatividad. Con la educación tradicional, dice Freire, se castra la curiosidad, se estrecha la imaginación, y se hipertrofian los sentidos.

Hemos tenido el predominio de una pedagogía de la respuesta sobre una pedagogía de la pregunta, en la que los modelos de aprendizaje se apoyan en meros contenidos ya elaborados que deben ser transmitidos por el profesor. Por el contrario, la pregunta es una manera de enfrentar corajudamente el mundo. Aunque con el uso de la pregunta solo encontraremos en el mundo respuestas explicando qué problemas, lo mismo que mantenerlos hasta cuando se logran los objetivos y se planteen nuevos problemas y nuevas situaciones de aprendizaje en este continuo trasegar que es la vida.

Es indispensable en la escuela contemporánea implementar el método de la mayéutica socrática como recurso pedagógico. A veces los maestros olvidamos que “el ser humano es filósofo por naturaleza que, si se le ofrece la oportunidad, se hace preguntas a todas las edades y, a partir de ellas, descubre el mundo y que poco a poco va apropiándose de él”. Por lo que vemos, los recursos que requiere el maestro para desarrollar la pedagogía de la pregunta son más bien pocos. Para estos fines un maestro real, un maestro auténtico, solo requiere de un poco de ingenio y de destreza intelectual, y de una dosis de buena voluntad. Para poder preguntar hay que querer saber, esto es, saber que no se sabe.

No obstante, al ciudadano, al hombre latinoamericano se le ha educado para que aprenda y calle, para que no pregunte, para que haga del silencio también una forma cultural, y el preguntar es tan vital en el crecimiento y desarrollo personal y social, y en el cambio, que por preguntar han sido sacrificadas muchas vidas en todos los países de nuestro horizonte latinoamericano y mundial (Amaya, 1996, p. 117).

Un aula que no pregunta

El investigador y cronista Arturo Alape, en un reciente estudio realizado en algunos colegios oficiales de Bogotá, en el que examinaba el mecanismo de la participación de los alumnos en el aula de clase por medio de la pregunta, llegó a la conclusión de que tenemos un aula que no pregunta porque nuestro sistema educativo se caracteriza por ser autoritario y antidemocrático. Nuestro sistema educativo es autocrático y dogmático. Este sistema no permite que el niño ni el joven piensen, ni hagan preguntas, mucho menos refuta y controvierte el conocimiento. De este modo sabemos que el conocimiento no trasciende ni se enriquece.

Pero los docentes frente a este problema pocas veces hemos indagado cuáles son las causas por las que los niños y adolescentes no formulan preguntas ni cuestionan el conocimiento. En consecuencia, tenemos un aula que no pregunta. Las apreciaciones que tiene Alape del sistema educativo reflejan un realismo extraordinario que quizá ningún docente sensato se aventuraría a contradecir. Pues lo dicho corresponde a la tendencia de la escuela tradicionalista, que formatea la frialdad de la educación.

Según el mencionado autor, nuestros estudiantes casi nunca se formulan preguntas para aprender ni para profundizar el conocimiento. Y un estudiante consecuente con el conocimiento y con el saber tiene que abrirse al mundo de la pregunta, y estar articulado y en sintonía con su propio ser. Preguntar el qué, por qué, para qué, cómo, que trasciende toda forma de conocimiento, es inherente al hombre o mujer racional.

Las preguntas… Una cuestión de método

Muy a nuestro pesar, tenemos que aceptar que se tiene un aula que no pregunta. Por lo general, el estudiante pregunta para aclarar lo que dijo el maestro en el aula y no para investigar después. En sus preguntas no existe el derecho de la duda. Las preguntas suelen ser del mundo cotidiano, del tema que se trata en el instante de la clase… De ahí que nuestros estudiantes –en su gran mayoría– casi nunca se formulen preguntas sobre la vida, el trabajo, la familia, los problemas que estremecen al país. Da la impresión de que nuestros alumnos fueran invulnerables a las durezas de la vida real, y no les interesara saber nada de lo que ocurre en este país y en este planeta. ¡Y lo más grave en todo esto es, que si el maestro insiste en preguntar, entonces el estudiante se molesta!

De acuerdo a las peculiaridades de nuestra cotidianidad en el quehacer pedagógico, ¡todas las supuestas causas anotadas son más que posibles! Sin llegar al punto extremo del racionalismo filosófico, y sin tratar de idealizar las bondades de tales métodos, me atrevo a creer que sí hace falta un poco de todo esto. Para tener éxito en este empeño, primero tendríamos que cambiar medularmente nuestra manera de pensar.

Sobra decir que la filosofía es la disciplina que mejor nos prepara para pensar y para plantearnos preguntas sobre la vida, la naturaleza, el mundo, la sociedad, el conocimiento, los universos: el concreto y el imaginado, inclusive, nos ayuda a pensar y a descubrir y a relacionar muchas incógnitas o preguntas aplicables a todas las asignaturas escolares. Podemos decir, de manera sintética, que toda pregunta por simple que nos parezca tiene implícitamente un sentido filosófico, el cual es descifrable en la medida que utilicemos adecuadamente la razón de la inteligencia y la razón del corazón.

A manera de conclusión

El propósito de esta reflexión es para que los maestros y los alumnos adoptemos mutuamente una actitud crítica y creativa frente a la pedagogía de la pregunta. No es pertinente que los maestros y maestras colombianos sigamos ejerciendo nuestra labor con métodos pedagógicos tradicionales y anticuados. Tenemos que cambiar aquellos procesos de enseñanza dogmática, represivos y verticales, por nuevos estilos que sean democráticos, humanistas, también, para que las actuales y las futuras generaciones de colombianos lleguen a ser hombres y mujeres deliberantes, con libertad de decisión y elección, y comprometidos con los nuevos valores y con los cambios sociales, económicos y culturales.

No cabe duda, de que este alegre e inquietante desafío es y seguirá siendo una responsabilidad muy grande para cualquier maestro o maestra. Y, ojalá, que las preguntas resultantes sean lúcidas y penetrantes; que hagan destellar por doquier la perplejidad y el asombro, y que cada pregunta en el aula, sea capaz de avivar la imaginación, la fantasía y la curiosidad en todos los compañeros de clase. ¡Ese cambio individual y social con el que soñamos y que tanto urgimos –afortunadamente–, se gesta en la escuela!

Referencias

  • Alape, Arturo. (1998). El aula que no pregunta, crónica de El Espectador, 23 de mayo.
  • Amaya, Antonio. (1996). El taller educativo, Bogotá: Editorial Magisterio.
  • Ander-Egg, Ezequiel. Un puente entre la escuela y la vida.
  • Millán Bayona. El mundo de Sofía.

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