Kant y Copérnico

EL IDEALISMO TRANSCENDENTAL DE Kant

EL USO TEÓRICO DE LA RAZÓN (EL PROBLEMA DEL CONOCIMIENTO)

Kant defendíó en un primer momento la metafísica dogmática racionalista, pero la lectura de Hume le despertó de este “sueño dogmático” y le mostró el fracaso de los sistemas filosóficos metafísicos puramente racionales. Creyó necesario un examen de la Razón y de sus límites, y propuso una “filosofía crítica”. El problema de si es posible la Metafísica como ciencia lleva a investigar las condiciones que hacen posible la ciencia. Kant distingue dos tipos: empíricas (particulares y contingentes) y a priori o transcendentales (universales y necesarias), y se preguntará por las condiciones que hacen posibles los juicios científicos. Clasifica los juicios en analíticos si el predicado se incluye en el sujeto, y sintéticos cuando no se incluye en el sujeto (amplían nuestro conocimiento)
; y en a priori si su verdad no descansa en la experiencia (juicios universales y necesarios), y juicios a posteriori si su verdad es conocida a partir de la experiencia (particulares y contingentes). Los juicios más importantes son los sintéticos a priori, pues amplían nuestro conocimiento, y son universales y necesarios. La tarea de la Crítica de la Razón Pura es averiguar cómo son posibles los juicios sintéticos a priori (en Matemáticas y en Física) y si son posibles en Metafísica, y para ello analizará las distintas facultades cognoscitivas humanas.

En la Sensibilidad distingue Kant las sensaciones (la materia del conocer y dadas a posteriori), de la forma, que está ya a priori en el espíritu, y ordena, estructura, las sensaciones. La uníón de sensaciones o datos empíricos y de la forma a priori es el fenómeno. Espacio y tiempo son las condiciones de posibilidad de toda experiencia y conocimiento sensible; pero no son propiedades de las cosas mismas, sino formas a priori de la Sensibilidad. Para comprender los fenómenos necesitamos los conceptos, algo propio del Entendimiento. Kant distingue los conceptos empíricos, que proceden de la experiencia y son a posteriori, y los conceptos puros o categorías, que son a priori: las categorías (sustancia, causalidad…) no se obtienen de los datos empíricos, de la experiencia, pues pertenecen a la estructura del entendimiento. El conocimiento es posible porque aplicamos las categorías a la multiplicidad dada en la sensación, y resulta de la cooperación entre la sensibilidad y el entendimiento: la sensibilidad nos da objetos, el entendimiento los piensa; pero las categorías solamente son fuente de conocimiento aplicadas a los fenómenos y no son válidas más allá de ellos. En su estudio de la Razón Kant concluye que la Metafísica no puede ser una ciencia, pues quiere alcanzar las cosas tal y como son en sí mismas, sus objetos son transcendentes -no empíricos- (p. Ej. El alma y Dios); pero la ciencia usa necesariamente las categorías y éstas sólo pueden emplearse legítimamente aplicadas a los fenómenos, a lo dado en la experiencia. La Razón busca encontrar juicios cada vez más generales, aspira a lo incondicionado, y cuando se mantiene en los límites de la experiencia, su uso es correcto y no da lugar a contradicciones; pero esa tendencia lleva a ir más allá de ella en busca de lo incondicionado: los fenómenos físicos se quieren explicar por medio de teorías metafísicas acerca del mundo, los fenómenos psíquicos de teorías metafísicas acerca del alma, y ambos fenómenos mediante teorías metafísicas acerca de una causa suprema de ambos tipos de fenómenos: Dios. «Dios», «alma» y «mundo», son tres ideas de la Razón, pero no tienen una referencia objetiva, pues no podemos conocer sus objetos.

En filosofía, Kant propone una revolución semejante a la copernicana en astronomía: es posible comprender el conocimiento sintético a priori si modificamos las relaciones entre el sujeto y el objeto; hasta Kant se había considerado que el sujeto era pasivo y se tenía que plegar al objeto para conocerlo; pero así es imposible entender el conocimiento a priori. Su propuesta consistirá en rechazar esta concepción y considerar que el sujeto es activo, que son las cosas las que se deben someter a nosotros de cara al conocimiento: sólo podemos conocer a priori de las cosas aquello que antes hemos puesto en ellas; podemos comprender el conocimiento a priori si admitimos que conocemos únicamente los fenómenos y no las cosas en sí mismas. Con Kant aparece la concepción idealista (el Idealismo Trascendental): no sabemos cómo puede ser el mundo independientemente de nuestra experiencia de él; todo objeto del que tenemos experiencia ha quedado influido por la estructura de nuestro aparato cognoscitivo, lo que lleva a los conceptos de Noúmeno (o Cosa en sí): la realidad tal y como pueda ser en sí misma, independientemente de nuestra experiencia de ella; y de Fenómeno: la realidad estructurada por las formas de la Sensibilidad y las categorías del Entendimiento, la realidad tal y como la experimentamos.

EL USO PRACTICO DE LA RAZÓN (EL PROBLEMA DE LA MORAL)

La ética kantiana parte del «factum de la moralidad», (hecho moral), la existencia del deber: tenemos conciencia de someternos a prescripciones morales, nos sentimos obligados a hacer ciertas cosas y a evitar otras. Esta conciencia del deber es conciencia de una determinación de la voluntad con carácter universalidad y necesario. Kant quiere entender el factum de la moralidad y sus condiciones de posibilidad. Divide los principios prácticos en máximas (expresan cómo nos comportamos habitual- mente dadas tales o cuales circunstancias) y mandatos o imperativos, que pueden ser hipotéticos o categóricos; los hipotéticos mandan una acción porque ésta es un buen medio para la realización de un fin, y están determinados por la inclinación. Los categóricos mandan la realización de una acción porque esa acción es buena en sí misma, y están determinados directamente por la razón.
Los imperativos hipotéticos son imperativos de la habilidad cuando el fin para el cual se prescribe una acción como buena es un fin meramente posible (fin no común a todos los hombres). Los imperativos hipotéticos son imperativos de la prudencia cuando el fin es un fin real (un fin común a todos los hombres, la felicidad).

Todas las éticas anteriores a Kant eran éticas materiales, éticas que afirman la existencia de fines o bienes supremos (sea espirituales o materiales) y establecen las normas o preceptos para alcanzarlo. Pero los preceptos de toda ética material son hipotéticos, empíricos, por lo que no valen absoluta- mente, sino sólo de un modo condicional, como medios para conseguir un fin. Kant creerá que los imperativos hipotéticos no reflejan la auténtica experiencia moral porque ésta es sometimiento a un precepto universal y necesario, y dichos imperativos no pueden ser universales y necesarios, ni los de la habilidad ni los de la prudencia. Dado que las éticas materiales extraen su contenido de la experiencia empírica y que ésta nunca puede dar universalidad ni necesidad, dichas éticas únicamente podrían fundamentar mandatos a posteriori, particulares y contingentes, pero nunca imperativos universales y necesarios, que son los verdaderos preceptos morales, como expresa el factum de la moralidad. Además, las éticas materiales son heterónomas: un sujeto es heterónomo cuando las leyes no descansan en él mismo, cuando le vienen de fuera; las éticas materiales son heterónomas porque describen una acción como buena sólo de forma condicional, describen una acción como buena porque es un buen medio para la realización de un fin querido por el sujeto. En las acciones heterónomas el sujeto se tiene que someter a la realidad, es ésta la que impone sus condiciones; el sujeto tiene que plegarse al orden del mundo.

La ética kantiana es una ética formal: la materia del imperativo es lo mandado, la forma el grado de universalidad del imperativo. Kant afirma que una máxima describe propiamente una acción moral cuando cumple un requisito puramente formal: que pueda ser universalizable. Es autónoma: un sujeto es autónomo cuando tiene la capacidad para darse a sí mismo sus propias leyes; la ética kantiana es autónoma al afirmar que sólo las acciones morales son autónomas y libres: cuando nos conducimos moralmente el fundamento de determinación de nuestra voluntad no viene de fuera, del mundo, o de la religión, sino de nosotros mismos, de nuestra conciencia, pues es nuestra razón práctica la que nos da el criterio de la conducta buena y permite la determinación de nuestra voluntad. El fundamento de las acciones buenas es el deber, no la inclinación: para que una acción sea buena no basta que sea conforme al deber, además ha de hacerse por deber. El rigorismo kantiano implica el deber por el deber, aunque vaya en contra de mi felicidad y de las personas que quiero, y el carácter universal de la bondad o maldad de una acción, universalidad que impide aceptar excepciones en la validez del imperativo categórico. Este imperativo prescribe una acción como buena de forma incondicionada, manda algo absolutamente, sin referencia a ningún propósito extrínseco. Sólo el imperativo categórico es imperativo de la moralidad. Kant dio varias formulaciones generales del imperativo categórico, entre las que destacan la “fórmula de la ley universal”, y la “fórmula del fin en sí mismo”, que ordena tratar a la humanidad, tanto propia como ajena, siempre como un fin en sí mismo.

El Idealismo Trascendental rechaza la posibilidad del conocimiento científico de Dios, el alma y la libertad, pero Kant creerá que podemos vincularnos con lo metafísico mediante la experiencia moral. Y ello a partir de los postulados de la Razón Práctica o proposiciones indemostrables pero que han de ser admitidas si se quiere entender el «factum moral»: para la razón teórica el hombre está sometido a la causalidad y necesidad natural, pero desde la razón práctica podemos defender la existencia de la libertad pues es la condición de posibilidad de la acción moral, de su valor y de la responsabilidad moral; el postulado de la libertad muestra que el hombre pertenece a dos reinos: el fenoménico, en donde todo está sometido a la causalidad, y el nouménico en donde rigen las leyes morales y la libertad. Kant llama “Sumo o Supremo Bien» a la síntesis de virtud y felicidad, y defiende que su realización es la condición de posibilidad de la moralidad; en este mundo dicha uníón es imposible, luego debe existir otra vida en donde tenga cumplimiento perfecto el afán moral y la felicidad, lo cual exige que sean ciertos el postulado de la existencia de Dios y el postulado de la inmortalidad del alma. Estos postulados no se pueden demostrar científicamente, pero tienen validez subjetiva pues sirven para que tenga sentido la experiencia moral, y llevan a la fe racional: fe porque de ellos sólo cabe un convencimiento subjetivo, pero racional porque no vienen dados por urgencias de la revelación sino de la propia razón.


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