Filosofía presocrática: Inicios del pensamiento racional en la antigua Grecia

Tales de Mileto (s. VII-VI a.C.)

Se le considera como el primer filósofo de la historia. Fue el iniciador de la filosofía de la naturaleza (de la physis), el primero en buscar una causa natural de la naturaleza y sus fenómenos, una explicación racional del universo. No nos ha llegado de él ninguna obra escrita. Tales pensaba que este principio (arjé) de la realidad era el agua. Pero para comprender esto debemos saber algo acerca de ciertos pensadores griegos: ellos consideraban que la naturaleza estaba viva.

Anaximandro (s. VI a.C.)

Fue discípulo de Tales. Él sí escribió un Tratado sobre la naturaleza, del cual nos ha llegado algún fragmento. Se cree que es el primer escrito en prosa de la Grecia Antigua, lo cual supondría un importante avance: el estudio racional de la naturaleza habría empezado ya a necesitar un modo nuevo y específico de expresión, distinto de la poesía y la épica griegas escritas en verso.

En opinión de Anaximandro, el agua no podía ser el principio de la naturaleza y el origen del universo, ya que ésta es ya algo derivado, es decir, el agua está sujeta a cambios (podemos encontrarla en estado sólido, líquido o gaseoso), y el arjé no puede estar sujeto a cambios, ya que es aquello que permanece a través de ellos.

Anaximandro creía que el principio de todas las cosas debía ser lo infinito, algo indefinido. Consideraba que el arjé debía ser el ápeiron, que en griego significa»lo que no tiene límite». El ápeiron, como decíamos, no tiene límites, ni cualitativos ni cuantitativos, y las cosas (las cosas que nosotros vemos, los objetos, etc.) serían delimitaciones concretas de ese ápeiron; éste, por tanto estaría en todo, sostiene todas las cosas, la realidad, las circunda, lo abraza todo. Todo se genera de él, y es él.

Anaxímenes (s. VI a.C.)

Anaxímenes conoció también a Tales y a Anaximandro, y emprendió también la búsqueda del principio originario o arjé. Al contrario que sus dos compatriotas, él pensaba que ese arjé era el aire, ya que éste parecía no tener límites, ser infinito. De él surgirían las nubes, a partir de las cuales se originaría la lluvia (y por tanto el agua), y en momentos de tempestades se producirían rayos, y con ellos el fuego. Así como defendía que el cosmos está envuelto en un aire o aliento que lo anima, creía también que el aliento del hombre, el aire de su cuerpo, era su alma, el principio que lo anima y le da vida.

Pitágoras (s. VI-V a.C.)

Pitágoras era natural de Samos, una isla frente a las costas de Jonia. Fundó una escuela, una confraternidad que no distaba mucho de ser una orden religiosa, que tenía como propósitos la contemplación o búsqueda de la verdad, y la purificación. Los miembros de la escuela estaban sujetos a unas estrictas normas de convivencia y conducta, y estaba totalmente prohibido transmitir los conocimientos alcanzados dentro de ella a gente ajena. No fue hasta muchos años después que uno de los discípulos de Pitágoras decidió poner por escrito las enseñanzas de la escuela, y es por esto que hoy en día no sabemos a ciencia cierta qué datos acerca de ellos son verdaderos y cuáles no, y tampoco si las enseñanzas que nos han llegado fueron elaboradas por el propio Pitágoras o por algún otro miembro de la escuela.

Lo que sí sabemos es que los pitagóricos llegaron a la conclusión de que el arjé o principio de la realidad era el número. Observando la naturaleza y los fenómenos, se dieron cuenta de que las cosas parecían hechas a imagen y semejanza de los números, y que por ello el universo era completa armonía, habiendo en todos los ámbitos una precisa regularidad matemática.

Presocráticos pluralistas

Llamamos»pluralista» a aquellos presocráticos que, al contrario que los monistas, consideraron que los principios de la realidad eran varios, y no solamente uno.

Empédocles (s. V a.C.)

Empédocles intenta resolver la aporía eleática. Acepta la premisa de que»el ser es y el no-ser no e», así como el hecho de que no puede pasarse de uno a otro, pero defiende la existencia del movimiento y el cambio. Lo hace considerando el nacimiento y muerte de las cosas no como un paso del no-ser al ser y viceversa, sino como un mezclarse y disolverse (respectivamente) de determinadas sustancias. Estas sustancias son el agua, el aire, la tierra y el fuego, y considera Empédocles que son»las raíces de todas las cosa», que permanecen siempre iguales e inalterables. Estas sustancias constituirían el principio de la realidad.

Anaxágoras (s. V a.C.)

Anaxágoras continúa el intento de solucionar el problema originado por los eleáticos. Al igual que Empédocles, considera que el nacer y el morir de las cosas no es más que un componerse y descomponerse de ciertos elementos. Sin embargo, aquellos propuestos por Empédocles (agua, aire, fuego, tierra), le parecen insuficientes, ya que no llegan para explicar la infinita variedad de cualidades que podemos observar en los fenómenos. Él propone como elementos originarios unas semillas, que podemos llamar homeomerías (fue Aristóteles el que utilizó este término para describirlas). Hay, según Anaxágoras, tantas semillas como cualidades de las cosas, es decir, infinitas, por lo que estas homeomerías son cualitativamente infinitas. Pero también son cuantitativamente infinitas, ya que cada una de ellas puede dividirse infinitamente en partes iguales (homeomerías significa»partes semejante»,»partes cualitativamente iguale»).

Los atomistas: Leucipo y Demócrito (s. V a.C.)

También continuaron el intento de superar el problema provocado por los eleáticos. Defendieron que el nacer y el morir, lejos de ser un paso del no-ser al ser y viceversa, eran un agregarse y separarse de ciertos elementos. Ellos concibieron unos cuerpos, infinitos en número, invisibles (debido a su pequeño tamaño), no engendrables, indestructibles, inmutables y cualitativamente indiferenciados (sólo se diferenciaban unos de otros en su forma, posición y orden). A estos cuerpos los llamaron átomos (que en griego significa»no divisibl»).

En un primer momento, se habría dado un movimiento caótico y desordenado de los átomos. Este movimiento habría dado lugar a otro movimiento que habría hecho que los átomos semejantes se juntasen entre sí, dando lugar a las cosas.

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