Ética Epicúrea: La Búsqueda de la Felicidad y la Tranquilidad
Si el ser humano es un compuesto de átomos —materia—, también material será su bien específico, aquel que, actualizado y realizado, otorga la felicidad. ¿Dónde se esconde este bien? La respuesta de Epicuro es sencilla: es la propia naturaleza la que nos comunica con inmediatez este bien, que se llama placer.
Placer Catastemático y Placeres Cinéticos
Los cirenaicos ya se habían adelantado a Epicuro en este aspecto. Ellos sostenían que el placer es un movimiento suave, mientras que el dolor es violento, y negaban que fuese placer el estado intermedio de quietud, es decir, la ausencia de dolor. Epicuro, en cambio, otorga a este estado intermedio de quietud, que es el placer en reposo (o catastemático), la máxima importancia, considerándolo como el límite supremo, la culminación del placer.
También hablará de placeres en movimiento o cinéticos: la dicha y el gozo, que se expresan en su máximo esplendor en la amistad. Epicuro rechaza la afirmación de los cirenaicos de que los placeres y dolores físicos son superiores a los psíquicos. Comprendió que, más allá del gozo o dolor inmediato atados a la fugacidad del instante, tienen más importancia los ecos interiores y los movimientos de la psique (placeres cinéticos) que acompañan a aquellos y que tienen efectos duraderos en nuestro interior.
Aponía y Ataraxia: El Verdadero Placer
El verdadero placer, según Epicuro, consiste en la ausencia de dolor en el cuerpo (aponía) y la ausencia de perturbación en el alma (ataraxia). Lo que debe guiar nuestra vida moral no es tanto el placer en sí mismo como la razón que juzga y discrimina, es decir, la sabiduría práctica que elige entre los placeres aquellos que no arrastren dolores y perturbaciones, y desprecia aquellos otros que ofrecen un gozo momentáneo, pero ocasionan dolores y perturbaciones posteriores. Se trata en todo momento de llevar una contabilidad prudencial que determine el coste y la ganancia en nuestras acciones para alcanzar un placer de largo alcance.
La Vía Ascética para la Tranquilidad
¿Cómo lograr la aponía y la ataraxia? Epicuro, frente a las tesis cirenaicas, asume una posición ascética, sustentada en las siguientes categorías de placeres:
- Placeres naturales y necesarios: Están al servicio de la conservación de la vida. Son los únicos provechosos, pues eliminan los dolores del cuerpo. Sin embargo, se excluye el deseo y el placer del amor, porque es una fuente de perturbaciones.
- Placeres naturales y no necesarios: Constituyen variaciones innecesarias de los placeres naturales. No hacen desaparecer el dolor corporal, solo modifican el placer y pueden provocar un daño notable.
- Placeres no naturales y no necesarios: Epicuro coloca aquí los que nacen de las opiniones de los hombres: el deseo de riqueza, poderío, honores, etc. Estos placeres no quitan el dolor del cuerpo y, además, provocan siempre una perturbación en el alma.
El secreto de la felicidad consiste en reducir nuestros deseos a los placeres naturales y necesarios. Así, lograremos riqueza y felicidad abundantes, porque para conseguirlos nos bastamos a nosotros mismos —autarquía—, y en esta reside la mayor riqueza y felicidad.
El Cuádruple Fármaco Epicúreo (Tetrafármaco)
Epicuro propone un cuádruple fármaco (tetrafármaco) para los males que aquejan a los seres humanos y los hacen infelices. La receta prescrita por Epicuro es la siguiente:
- Vanos son los temores ante los dioses y el más allá: Los dioses existen, viven encantados de sí mismos por haberse conocido, son inmortales y no interfieren en los asuntos del mundo ni en los de los hombres. Platón describió lo que sucede después de la muerte (el mito de Er, donde hay premios y castigos), pero Epicuro nos advierte que la muerte es únicamente terrorífica para aquellos que sustentan opiniones falsas en torno a ella.
- Es absurdo el temor ante la muerte: La muerte no es más que la disolución del cuerpo y el alma. Los átomos se disipan por todas partes, la conciencia y la sensibilidad dejan de existir, y del hombre no queda nada. Por consiguiente, la muerte no es algo temible en sí mismo, porque cuando llega, ya no sentimos nada, y después de ella no queda nada de nosotros.
- El placer, cuando es correctamente entendido, se halla a disposición de todos: El ideal del sabio aspira a la consecución de los placeres naturales y necesarios. La autarquía es la expresión del dominio del cuerpo (aponía) y del alma (ataraxia).
- El mal dura poco o es fácilmente soportable: ¿Cómo librarse de los males del cuerpo? La receta epicúrea consiste en tener en cuenta la intensidad de dicho dolor. Si se trata de un mal leve, el dolor físico es siempre soportable y jamás llega a ofuscar la alegría del ánimo. Si es agudo, pasa con rapidez, y si es muy agudo, conduce rápidamente a la muerte, que es el reino de la insensibilidad. Pero, ¿y si se trata de los males del alma? Estos se curan por el conocimiento, puesto que su origen se debe a las opiniones erróneas de la mente. La filosofía se presenta como el remedio más eficaz contra este tipo de males.
El hombre que sepa administrar las dosis de este remedio adquiere la paz del espíritu y la felicidad, convirtiéndose así en dueño absoluto de sí mismo. Sin embargo, el hombre no está solo; el hombre-ciudadano de la Polis griega se ha transformado en hombre-individuo. Entre estos, el único vínculo digno de tal nombre es la amistad, que consiste en un nexo libre que une a quienes sienten, piensan y viven de modo idéntico. La amistad es lo útil sublimado; es decir, primero se busca la amistad para conseguir determinados beneficios ajenos a ella y luego, una vez que ha surgido, se convierte ella misma en fuente de placer y, por tanto, en un fin en sí misma. El ideal del sabio epicúreo es aquel que vive retirado de un mundo turbulento, que es fuente infinita de dolores. La felicidad la proporciona la autarquía y la sabia administración del fármaco que los seres humanos podemos autoadministrar.
Ética Platónica: La Virtud y el Sumo Bien
El Sumo Bien como Mezcla de Placer y Sabiduría
En el diálogo Filebo (61c), Platón nos cuenta que la vida buena no puede ser ni el placer solo, pues eso nos asemejaría a los animales, ni la sabiduría sola, pues eso pertenece a los dioses, sino que debe ser una mezcla de ambos. El Sumo Bien solo puede ser una vida que mezcle placer y sabiduría. ¿Cuál debe ser la dosis? La respuesta es: proporción, verdad y belleza.
La Virtud como Armonía del Alma
Mediante la práctica de la virtud se accede al Sumo Bien y, por tanto, a la suprema felicidad; por eso, la virtud es, según Platón, el tesoro más valioso para el hombre. ¿Qué es la virtud? Según Platón, es la armonía entre las diferentes partes del alma. Curiosamente, en el plano político, volverá a insistir en que la Justicia es también la armonía de los diferentes estamentos sociales.
Así pues, a la parte racional del alma le corresponde la sabiduría o prudencia; a la parte irascible, la fortaleza (andreia); y a la parte concupiscente, la templanza.
¿Puede Aprenderse la Virtud?
Platón responderá que sí, en la línea iniciada por Sócrates. La virtud se identificará con el conocimiento, porque solo ella nos permite saber lo que buscamos y lo que queremos. El prisionero del mito de la caverna se encuentra ante el dilema de quedarse con sus compañeros o dirigirse con esfuerzo hacia el exterior. En esto radica la virtud.
Este esfuerzo no puede surgir del exterior, sino de uno mismo. Es una tendencia y un esfuerzo que implica deseo del Bien, de la verdad, de la Justicia, de todas las ideas que duermen en la memoria y que hemos despertado con la reflexión y con el diálogo. La areté (virtud) puede aprenderse, pero no mirando hacia el exterior, sino hacia uno mismo.