Giro copernicano
Kant llama giro copernicano al cambio radical que establece en su concepción del proceso del conocimiento. El conocimiento es un proceso entre el hombre y el mundo, un proceso por el cual el hombre capta el mundo y lo interpreta, es decir, percibe la realidad y la explica. Conocer no consiste en que el sujeto capte el objeto «tal cual es», haciéndose de él una imagen o concepto en su mente. Ese objeto «tal cual es» nos resulta inaccesible.
La realidad la captamos a través de los sentidos y de las intuiciones de espacio y tiempo, que están en nosotros, no en las cosas. Nosotros, como sujetos, interpretamos la realidad aplicando a lo que percibimos la causalidad y el resto de las categorías, las cuales también están en nosotros y no en las cosas. El conocimiento es, entonces, una interacción entre el sujeto y el objeto. El objeto es afectado por el espacio, el tiempo y las categorías, que son estructuras mentales del sujeto. Quien determina, pues, el conocimiento del mundo es el sujeto.
Esta forma de ver el conocimiento, que tiene en la Edad Moderna un precedente en Descartes, es idealista.
Idealismo vs. Realismo
Idealismo y realismo son dos posturas opuestas:
- Según el realismo: conocer consiste en hacernos una imagen exacta de las cosas. El sujeto es pasivo, no interviene en las cosas, se limita a captarlas.
- Según el idealismo: nuestras estructuras mentales influyen en las cosas. Es el hombre quien determina el conocimiento; no capta las cosas «tal cual son».
Por ello, la filosofía de Kant se conoce con el nombre de «Idealismo Trascendental». Kant afirma que el idealismo trascendental representa un giro copernicano con respecto a la filosofía anterior, ya que él realizó un cambio radical en la concepción del conocimiento. Sostiene que es imposible conocer las cosas «tal cual son» porque influimos inevitablemente en ellas, afectándolas con nuestras estructuras mentales al conocerlas. No es la realidad objetiva la que determina el conocimiento, sino nosotros, los sujetos que conocemos. Kant, en el prólogo a la segunda edición de la Crítica de la razón pura, declara que su filosofía constituye un giro copernicano en el terreno de la epistemología.
Ilusión trascendental
La ilusión trascendental es una expresión que Kant utiliza para referirse a la pretensión de la metafísica de conocer noúmenos. Kant distingue entre fenómenos y noúmenos.
Fenómenos y Noúmenos
Los fenómenos son objetos que están fuera de mí pero no son independientes de mí, pues los afecto con mis sentidos y mis estructuras cognitivas. Los noúmenos (o «cosa en sí») son objetos tal como serían independientemente de nuestra experiencia, es decir, están fuera de mí y son independientes de mí, trascendentes a mí. Kant llama a los noúmenos «objetos puros» (en el sentido de pensados puramente, sin intervención sensible) y a los fenómenos «objetos de conocimiento».
Kant añade que solo podemos conocer fenómenos, pues los sentidos, el espacio, el tiempo y las categorías son las condiciones que hacen posible el conocimiento. Los noúmenos son incognoscibles, y a la pretensión de conocerlos Kant la llama ilusión trascendental. La metafísica tradicional, en tanto busca conocer noúmenos como Dios, el alma o el mundo como totalidad, es una ilusión como forma de conocimiento. Los empiristas tienen razón cuando declaran que la metafísica no nos proporciona conocimiento alguno. Ahora bien, ¿se sigue de ello que la metafísica es inservible y que podemos arrojarla al fuego? ¿No podríamos llegar a los noúmenos por otro camino que no sea el conocimiento?
Los Noúmenos y la Vida Moral: Postulados de la Razón Práctica
Esta es la cuestión que Kant dirime en su obra Crítica de la razón práctica, y llega a la conclusión de que la existencia de los noúmenos se postula a partir de nuestra vida moral. En realidad, puesto que ejercitamos continuamente la conciencia moral, esta requiere una serie de postulados sin los cuales nuestra vida moral no tendría sentido o no sería posible. Estos son:
- La libertad: Es necesario postular que seamos libres. Sin libertad, no podríamos elegir responsablemente, no podríamos ser dignos de mérito ni de reproche, de alabanza o de censura. Sin libertad no tendríamos vida moral; por lo tanto, tiene que existir como condición de la moralidad. La libertad no es un fenómeno (no se puede conocer empíricamente), es un noúmeno. No podemos conocer la libertad, ya que solo podemos conocer fenómenos, pero su existencia es un postulado necesario de la razón práctica.
- La inmortalidad del alma: Es necesario postular que haya en nosotros algo universal y eterno que permita la realización progresiva de la santidad o perfecta adecuación de la voluntad a la ley moral. El imperativo categórico, como ley moral universal, nos exige esta perfección. Ese algo universal y eterno que tiene que existir dentro de nosotros para dar sentido a esta exigencia es el alma inmortal. Como la libertad, el alma es un noúmeno.
- La existencia de Dios: Es necesario postular que los ideales que nos mueven en la vida moral puedan hacerse realidad; que lo que debe ser pueda efectivamente ser; que el Sumo Bien (unión de virtud y felicidad) sea posible. Siempre hay una fisura entre lo real y lo ideal, entre lo que es y lo que debe ser, entre lo existente y lo moralmente perfecto. No tendríamos vida moral plena si no existiera la posibilidad de que en alguna parte coincidan lo ideal y lo real. Dios es postulado como un ser en el que lo ideal es real, donde la virtud y la felicidad se unen. Dios tiene que existir porque, si no existiera, no tendríamos la garantía de la posibilidad del Sumo Bien, ni aliciente último para llevar a cabo la vida moral. Es un noúmeno. No se puede conocer a Dios teóricamente, pero su existencia es un postulado de la razón práctica.
En consecuencia, los noúmenos (libertad, inmortalidad del alma y Dios) sí tienen una función esencial: son las condiciones de posibilidad de la vida moral y del Sumo Bien. Hume tiene razón en que los objetos de la metafísica son incognoscibles para la razón teórica, pero no por ello debemos arrojar la metafísica al fuego, pues tienen validez desde la perspectiva de la razón práctica.
Imperativo
Los seres humanos actuamos moralmente porque nuestra conciencia moral o voluntad se mueve por principios, valores o juicios morales. Estos toman la forma de imperativos, y Kant distingue dos tipos: hipotéticos y categóricos.
Tipos de Imperativos
- Imperativos hipotéticos: Mandan una acción como medio para conseguir un fin. Dicen: «si quieres tal cosa (fin), debes hacer tal otra (medio)». De modo que si la condición (el fin deseado) no nos interesa, no tenemos por qué cumplir el mandato. Su fórmula general es: «Debes hacer X si quieres Y».
- Imperativos categóricos: Mandan una acción como buena en sí misma, incondicionalmente, sin referencia a ningún otro fin. Dicen: «haz esto»; son una ley moral que ha de ser obedecida siempre, por puro deber. Cumplimos el mandato del imperativo hipotético si nos interesa algo ajeno al deber, pero cumplimos el categórico solo por el cumplimiento del deber. Su fórmula general es: «Debes hacer X».
Pues bien, una voluntad buena es aquella que se rige siempre por imperativos categóricos, es decir, actúa por deber.
El Formalismo Ético Kantiano
Dice Kant que lo relevante para determinar la bondad moral de una acción no es su contenido (lo que se hace) ni sus consecuencias, sino su forma, es decir, la intención o el principio (máxima) que mueve a la voluntad a actuar. Por ello, el imperativo categórico es formal y se expresa en su formulación más conocida así: «Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal». Otra formulación importante es: «Obra de tal modo que uses a la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio».
Contrato social
Kant sostiene que el poder político tiene un fundamento inmanente, no trascendente, pues su origen está en la voluntad de los hombres y no en la voluntad de Dios.
Del Estado de Naturaleza al Estado Civil
El origen del poder político y del Estado es el contrato social, un acuerdo (ideal, no necesariamente histórico) que explica cómo los hombres dejan atrás el estado de naturaleza y pasan a convivir en un estado civil o comunidad política. El estado de naturaleza es descrito por Kant como un estado potencialmente salvaje, hostil y de guerra, donde no hay garantía para los derechos. El motor de los individuos en la naturaleza es satisfacer sus fines y deseos, pudiendo usar al otro como medio. Aunque los hombres poseen razón, en el estado de naturaleza no hay una autoridad común que garantice la justicia. Kant describe una tendencia humana que llama insociable sociabilidad: el hombre tiene una inclinación a socializarse, pero también una fuerte tendencia a individualizarse y actuar egoístamente.
Movidos por la razón y por el deseo de seguridad y de garantizar sus derechos, los hombres salen del estado de naturaleza mediante un contrato: renuncian a su libertad natural (salvaje y sin ley) e instituyen el Estado, en el que se rigen por el Derecho Político, un conjunto de leyes públicas de las que todos dependen y a las que todos deben obedecer. Este paso es un deber moral.
El Contrato Social como Idea Reguladora y la Libertad Jurídica
El contrato social es una idea de la razón que debe guiar al legislador, quien debe promulgar leyes como si estas emanaran de la voluntad unida de todo un pueblo. En el estado civil, los hombres adquieren la libertad jurídica. Esta consiste en la capacidad de hacer lo que se quiera a condición de no perjudicar la libertad de los demás según una ley universal, y en la capacidad de no obedecer ninguna ley más que aquella a la que se ha podido dar consentimiento (a través de sus representantes).
Sin embargo, Kant niega explícitamente el derecho a la desobediencia civil o a la rebelión; todas las leyes deben ser acatadas por el hecho de que están establecidas, pues la desobediencia destruiría la constitución civil y con ella el único estado en que los hombres pueden poseer derechos de modo perentorio. La crítica a las leyes injustas debe hacerse por la vía de la libertad de pluma o expresión pública.