Finalmente, la ética del lucro y la riqueza se impone como paradigma social. Los mercaderes, al controlarlos, imponen sus criterios a toda la sociedad. Su influencia pasa a ser tan determinante que sus valores, sin serlo, porque solo son intereses en movimiento, se imponen con la fuerza de una doctrina filosófica. El mercantilismo adquiere un estatus que le queda grande, pasa a ser El Mercantilismo, a pesar de ser una cuasi-doctrina sin profetas ni propuestas filosóficas. El pragmatismo materialista se instala en el criterio colectivo. Lo útil y apreciado para la sociedad es lo útil y apreciado para el individuo; la posesión de riquezas es el objeto de la vida de las personas y, por ende, el objeto del Estado es la promoción de las acciones que estimulen el incremento de su propia riqueza. Acumular oro, plata y otros metales preciosos pasa a ser la motivación de los individuos. En primer lugar, a través del mecanismo que hacía ricas a las personas en esos tiempos, o sea, el comercio: el Estado tenía que auspiciar las exportaciones de bienes a cambio de monedas y metales preciosos, y debía restringir las compras en el extranjero que significaran su salida. El proteccionismo pasó a ser la doctrina de aceptación general, y el sentido práctico, el método.
Quizás lo más interesante que nos ofrece Machiavello sea una nueva oportunidad de verificar el espíritu de una época. Lo singular del período que estamos analizando es que los comerciantes se fueron haciendo del poder sin necesidad de desarrollar previamente una ideología. La sociedad los había colocado inicialmente en el rincón de los desamparados; si bien el rol que desempeñaban era imprescindible para los habitantes de los feudos, estos no se preocupaban en reconocerlo, ni siquiera en pensarlo, pero los mercaderes iban acumulando riquezas y su correlato político: poder. En el siglo XVI ya eran prácticamente los depositarios del poder real. En el ínterin, los privilegios que originalmente reclamaban los comerciantes, fronteras adentro, de los feudos primero y de los reinos después, habían bosquejado lo que serían los estados nacionales.
Aquellos mercaderes que habían iniciado el intercambio de mercedes con los señores feudales (unos cedían monedas y metales preciosos para financiar las actividades feudales y los otros otorgaban privilegios aduaneros), no imaginaban las consecuencias para la historia de sus incipientes vínculos. El cierre de los territorios, ya no solo de pequeños feudos sino de las unidades raciales, culturales e idiomáticas que finalmente conformarían los estados nacionales, se había logrado sin un atisbo de justificación. Como decíamos páginas atrás, los mercaderes estaban habituados a basar sus actos en un crudo pragmatismo. En el inicio, poco les importaba si las cosas que servían a sus fines: obtener ganancias, se correspondían con los postulados del catolicismo o algún otro credo. Si eran útiles al objetivo, estaba todo bien. Por lo tanto, el conocimiento y la innovación pasaron a ser considerados prioritarios por quienes en ellos veían un camino que facilitaba el enriquecimiento.
Los grandes mercaderes se transformaron en mecenas de inventores y artistas: la creación floreció, la actividad artística también, la vida dispendiosa, la sensualidad en las costumbres, y la pérdida de respeto a los valores religiosos que durante un milenio habían gobernado la conducta. Nunca tan certera la observación de A. Smith, cuando afirmaba que la riqueza solo servía para comprar objetos que permitiesen demostrar que se la poseía, y nada más. Los estados nacionales se fueron consolidando por las políticas de frontera cerrada y se lanzaron a la caza de riquezas por todo el mundo, sin reparar en los medios. El colonialismo y el saqueo de territorios ultramarinos se ratificaron una vez más como prácticas apropiadas y legítimas para las naciones.
Los estados europeos competían para apropiarse de la riqueza de pueblos lejanos a los que expropiaban brutalmente, primero de sus stocks de riqueza y luego, esclavizando sus habitantes, poniéndolos a roer las entrañas del subsuelo para extraer los metales que todavía no habían. Incluso se robaban entre sí, saqueándose mutuamente sin ningún escrúpulo las flotas que traían los tesoros de civilizaciones enteras. Fueron arrasadas culturas, destruidas sociedades, pueblos esclavizados y el tráfico de hombres se hizo una práctica corriente en nombre del objeto supremo de la acción del Estado, que es la acumulación de riquezas a cualquier precio. Las grandes naciones europeas se repartieron impúdicamente el mundo, estableciendo un tráfico marítimo intenso para llevar las riquezas expoliadas, compitiendo brutalmente entre sí y habilitando formalmente prácticas descarnadas de saqueo y exterminio.
Los corsarios pasaron a ser agentes del Estado. Esta actividad, que había estado presente desde muy antiguo en la historia, florece explosivamente después del siglo XV, al amparo de las teorías mercantilistas y la avidez de los monarcas europeos por las riquezas extraídas por las naciones colonialistas de los pueblos sometidos. La historia de América comenzó con esta acción. Civilizaciones milenarias y ejemplares fueron devastadas por la codicia brutal de los conquistadores, que destruyeron sociedades ancestrales, organizadas ejemplarmente, que cobijaban millones de personas al amparo de culturas decantadas y complejas. La brutalidad de sus actos estaba amparada no solo por el pragmatismo, sino también por una pretendida acción civilizadora en nombre de los valores de la cultura europea.
Encabezando las flotas coloniales venían sacerdotes encargados de difundir los valores de la doctrina cristiana, y la religión ofrecía así justificaciones oportunas para estas. Pero cuando estos mismos sacerdotes, en el ejercicio de su acción evangelizadora, dificultaban los planes económicos de los conquistadores, eran impiadosamente sacados del medio, como lo ilustra la suerte de la Compañía de Jesús en Sudamérica, que fue expulsada en el siglo XVIII, porque por su evangelización, los indígenas dejaban de ser presa fácil de los esclavistas portugueses que los trataban como una mercancía más.
Las doctrinas mercantilistas tuvieron importancia capital para nuestra región, el Virreinato del Río de la Plata. A su luz se escribieron los primeros capítulos de nuestra historia. Si establecemos una correlación temporal entre las doctrinas económicas y los acontecimientos de las colonias, encontraremos un acople perfecto y una explicación clara a. Si seguimos esta correspondencia hasta nuestros días, veremos explicados un sinnúmero de los interrogantes que a veces nos desvelan cuando hacemos el inventario de nuestras penurias pasadas y presentes.
Es la era del Mercantilismo, la incubadora intelectual y moral en la que se inició el espíritu del capitalismo moderno, es la escuela donde se adiestraron los aventureros inescrupulosos del mundo de los negocios que varios siglos más tarde se harían cargo de la historia. Esto se consolidó en la segunda mitad del siglo XX, cuando la financiarización global reemplazó el espíritu emprendedor de los primeros industriales que hacían girar y reproducir la máquina de la producción, tras el objeto de la obtención de ganancias, por el de la especulación financiera estéril, que terminó por apropiarse de todos los activos, a través de las manipulaciones financieras, entronizadas por la doctrina monetarista.
Pareciera, como sostenía Marx, que en cada período histórico se gesta su sucesor basado en las antípodas de las concepciones vigentes en él. A un mundo signado por la subordinación de lo económico a lo espiritual, como se promueve en la edad media, le sucede un mundo de un materialismo descarnado. Al amparo de las nuevas fortunas acumuladas por los mercaderes, se construyen fabulosos palacios, donde excelsos artistas, al servicio de los nuevos poderosos, crean maravillosas obras de arte. Es el período conocido como. La Iglesia no fue ajena a esta exhibición dispendiosa y obscena de riqueza y poder terrenal, y los Papas competían en la exhibición de lujo y poderío temporal, en el mecenazgo de artistas y cantidad de amantes, mal que le pesara a la.
La creación dejó de ser estigmatizada y florecieron los inventores, pensadores y científicos al amparo de los nuevos vientos de irreverencia y libertad. En Francia, los grandes señores feudales, los más ricos de Europa por ser propietarios de las tierras más fértiles del continente, tenían tanto poder económico que fueron convocados por los reyes a vivir en Versalles porque, teniéndolos reunidos en un solo lugar, era la única forma de controlarlos y evitar complots que pusieran en peligro sus. Al amparo de estas intrigas palaciegas se desarrollaba la vida cortesana más abusiva y estéril de la historia de occidente, la de los Orleáns que finalmente en palacio exhibían un estilo de vida absurdamente fastuoso sostenido por crecientes y abusivos impuestos y exacciones que agobiaban a los ciudadanos y provocaron la Revolución Francesa, cuando la sociedad entera estalla en rebeldía y termina drásticamente con el Absolutismo y la era feudal en.
En Inglaterra, mientras tanto, otro proceso se viene desarrollando a partir de la declinación económica de los terratenientes que los obliga, en el afán de conservar sus fundos, a permitir que sus descendientes contraigan enlace con la nueva clase: los mercaderes, produciendo finalmente una transición de la sociedad feudal a la mercantil e industrial, en forma mucho menos cruenta que le permitió a Inglaterra en el siglo siguiente liderar las potencias.
En este contexto, las ideas propuestas por Machiavello en su obra más conocida; El Príncipe, no constituyen un ejercicio aislado sino una expresión cabal de su tiempo. La frase que se le atribuye habitualmente para referir su pretendido cinismo: el fin justifica los medios, en realidad no figura en ninguno de sus escritos, aunque esto es irrelevante, porque no solo representa el tono en que está escrita la obra mencionada para un lector actual, sino también el verdadero espíritu del Renacimiento. Al escribirla, Machiavello no se instala en la esquina de los sabios inescrupulosos, sino en el centro del espíritu. Sus recomendaciones al príncipe para lograr, mantener y consolidar el poder, de ninguna manera debemos verlas como cínicas ni tampoco cuestionadas desde la ética, simplemente eran como su tiempo era.
ANTECEDENTES DE LA ECONOMÍA CLÁSICA
Francoise Quesnay. Los economistas, cuyas ideas estamos abordando, son individuos fascinantes, con vidas curiosas y personalidades con aristas que de conocerlas nos resultarán inolvidables. Valga esta pequeña digresión antes de introducirnos en tema para acreditar lo dicho. Comenzaremos por una personalidad insigne de la Francia del siglo XVIII: un médico cirujano, el más prestigioso de todos: a sus cuarenta años fue designado Secretario Perpetuo de la Academia de Cirugía, y pasó a ser Cirujano del Rey, se instaló en Versalles por deseo de su otra protectora, nada menos que Jeanne-Antoinette Poisson, marquesa de Pompadour, conocida como Madame de Pompadour, famosa cortesana francesa, la amante más célebre e influyente de Luis XV. Además, le otorgó título nobiliario, distinciones en las que Quesnay se instalaba cómodamente, al igual que la intrigante vida en palacio, miembro como era de una tradicional familia terrateniente.
Luis XV temía obsesivamente el poder de los riquísimos nobles franceses, y para controlarlos organizó en Versalles la residencia obligada de todos ellos y, para entretenerlos, era anfitrión de una secuencia interminable de eventos tan fastuosos como disparatados e inútiles, lo que podría haber sido pintoresco si no hubiese sido financiado con un enorme déficit del Estado, apoyado en impuestos abusivos e impagables aplicados a las clases sociales más bajas. Quesnay disfrutaba plenamente esta vida de intrigas y conspiración, aprovechando el tiempo para desarrollar su segunda pasión: desentrañar los misterios del funcionamiento.
Por formación, nos legó una lectura de los fenómenos sociales desde la fisiología, comparando el funcionamiento social con el de los organismos vivos: la sangre eran los bienes que circulan por la economía, el cerebro la clase. Pero su visión no se agotó en esta analogía, sino que a partir de ella creó un instrumento de gran utilidad, cuya potencialidad recién se pudo desarrollar completamente con el arribo de la cibernética en el siglo XX, la tabla de insumo-producto: Quesnay advirtió que en la vida económica todos los sectores estaban directa o indirectamente vinculados entre sí y que resolviendo esta gigantesca ecuación se podía prever los cambios en toda la economía producidos por cada una de sus variables individuales.
Doscientos años después, el economista ruso (posteriormente nacionalizado estadounidense) Wassily Leontief desarrolló un modelo muy útil para estimar los niveles productivos sectoriales y las relaciones intersectoriales, inspirándose en el famoso esquema. El método imput-output permite una aproximación empírica de las interrelaciones existentes entre los distintos sectores en que puede dividirse una economía. Quesnay asimismo encarnaba otras paradojas, desde su visión aristocrática de la sociedad sostenía la perspectiva del valor que le permitiría un siglo después a Marx proponer la revolución proletaria, y pretendía dar sostén filosófico al mundo al que él pertenecía, el de los aristócratas terratenientes, afirmando que el único sector que verdaderamente creaba bienes era la agricultura, siendo los otros meros manipuladores y transformadores de materia.
Los abusos en la apropiación del excedente social por parte de los nobles franceses que dilapidaban sus enormes fortunas en una vida estéril y dispendiosa, mientras que los siervos de sus feudos eran sometidos a una creciente miseria y abusos para sostener los excesos de aquello, terminó colapsando la sociedad francesa al provocar la revolución homónima que dio por tierra el universo de relaciones sociales que daban sustento a las ideas de Quesnay. Como ya hemos visto a lo largo de este análisis, generalmente los conceptos de un período son sucedidos. El caso del pragmatismo brutal y casi primario de los mercantilistas es sucedido por una doctrina mucho más elaborada que surge en la Francia señorial inspirada en los. Al precepto de los mercantilistas que establece que la riqueza de un pueblo es la acumulación de dinero, oponen. Sostienen los fisiócratas que lo único que verdaderamente generaba riqueza en forma efectiva era la tierra, que multiplicaba naturalmente los frutos, a diferencia del dinero y los metales preciosos que en sí eran estériles y no se reproducían por sí mismos como las simientes en el.
Llaman a las actividades industrial y comercial, y a los trabajadores en ella ocupados la clase estéril porque no reproducen los bienes, sino que simplemente los. Por supuesto que semejante discurso encuentra su andamiaje en los poderosísimos señores feudales franceses, los dueños de las tierras más productivas de Europa, que aceptaban más que gustosos esta doctrina filosófica que los encumbraba en el sitial social de privilegio. Paradójicamente, el principal mentor de esta doctrina no es un terrateniente, sino el más famoso cirujano de Francia, Secretario vitalicio de la Academia de Cirugía de Francia y economista por afición. El secreto de la sociedad bien ordenada estaba, para Quesnay, en que todos trabajaran para los demás pensando que lo hacían para sí.
Anticipando las ideas de Smith, proponían que las acciones económicas quedaran libradas a la decisión de sus actores sin intervención del Estado: laissez faire, laissez passer, la famosa expresión que exhortaba a dejar fluir los eventos económicos sin intervenir en ellos, la apuntaron los. A esta altura de la descripción de sus ideas es casi redundante decir que tenían una visión de la organización económica centrada en la propiedad privada absoluta. Quesnay se reía de aquellos que sostenían que todos los hombres tienen derechos sobre las cosas, diciendo que era como decir que todos los pájaros tenían derecho sobre. Adhería a la concepción iusnaturalista de la existencia de un orden natural de ocurrencia de las cosas, que por supuesto, implicaba su escala de valores y sostenía que el derecho positivo debía ajustarse a estos para que la.
Probablemente uno de los legados más importantes de Quesnay fue una consecuencia de su concepción acerca. Para ejemplificar su idea de que la circulación de bienes dentro de la economía se asemejaba a la circulación de la sangre en el cuerpo humano, diseñó un esquema al que llamó Le Tableau Economique, una tabla de doble entrada, que mostraba la forma en que se trasladaban de un sector a otro las materias primas y bienes en general, conformando. Esta fantástica idea fue desarrollada en el siglo XX por el economista ruso-norteamericano Wassily Leontief (1906 – 1999), que a través del esquema de imput-output desarrolló su famosa Tabla de Insumo Producto, que se ha transformado en una herramienta imprescindible del análisis.
Una de las primeras consecuencias formidables de la aplicación de este instrumento es la conocida paradoja de Leontief, que le permitió demostrar a través de su análisis de la economía norteamericana con este instrumento, que las exportaciones de Estados Unidos (en 1953) no eran capital intensivas como todos creían, sino por el contrario, mano de obra intensiva. También esta herramienta de análisis ha permitido a Héctor Sejenovich diseñar una Tabla de Insumo Producto de la Naturaleza, donde por primera vez se ponderan económicamente los activos naturales utilizados hasta ahora gratuitamente por los procesos industriales, con las nefastas consecuencias para el ambiente que la sociedad está rápidamente comenzando a.
Finalmente, los abusos del absolutismo en Francia provocaron uno de los estallidos sociales más influyentes de. Los intelectuales que la pergeñaron, dándole sustento ideológico, propusieron una sociedad con un nuevo paradigma que incluso inscribieron en los símbolos de la nueva nación: Libertad, Fraternidad e Igualdad. Pero no lograron (otra vez sopa) imponerlo en la organización social: no era el tiempo de programas libertarios, era el momento de la revolución industrial y su.
El inicio de la escuela clásica
Adam Smith (1723 – 1790) fue uno de los más importantes pensadores de la ciencia económica, típico autor que todos comentan y pocos leen, lamentablemente, porque hacerlo es adentrarse en el mundo intelectual de los sabios del siglo XIX, lo que. Tomar contacto con su vida y obra, especialmente Teoría de los sentimientos morales y la ya mencionada Riqueza de las Naciones, es la oportunidad de conocer uno de los autores más interesantes de la ciencia que nos.
No vale la pena extendernos en referencias biográficas disponibles en todos los manuales, solamente diremos que representa emblemáticamente al científico apasionado por la actividad, y al igual que sus pares, interesado en todos. El polihistor del siglo XVIII que exploró todo el conocimiento a su alcance, el maestro erudito que despertaba devoción entre discípulos y profanos, el espíritu libre que sorprendía a todos con razonamientos que, una vez formulados, eran vistos como evidentes y lógicos por la mayoría de sus contemporáneos, el misántropo que vivió con su madre toda su vida, el discípulo de los mejores intelectuales del siglo XVIII, David Hume, François.
Smith enseñaba Filosofía Moral, un muy amplio cuerpo conceptual que hoy designamos en parte como ciencias sociales, estaba integrado por los siguientes campos: teología natural, o sea, la explicación del universo a partir de una concepción iusnaturalista, ética, jurisprudencia y «Utility», es decir, Política y Economía. Smith también era erudito y dictaba conferencias. Hoy nos parecería de una petulancia rayana en la soberbia si alguien se animase a abarcar un campo tan. A sus clases asistían personas de toda Europa, fascinadas por sus ideas, aunque no por su claridad de exposición, dado que como orador tenía defectos de dicción, era un distraído proverbial capaz de irse por las ramas en su discurso durante horas, sin que nadie se atreviese a advertírselo.
Generalmente, practicando el ejercicio de la lectura, encontramos en autores pretéritos las ideas que nos entusiasman en los presentes, pero sin embargo, a medida que la ciencia evoluciona, nos sorprendemos con síntesis nuevas, que generan conceptos nuevos elaborados con viejas ideas, recontextualizadas. No es un buen ejemplo, pero las notas musicales existen desde tiempos inmemoriales, y son apenas doce, sin embargo, distintos compositores, combinándolas de manera diferente, nos han sorprendido y nos seguirán.
Muchos son los aportes que hace Smith a la teoría económica, entre otros temas con su concepción acerca del. Ya Quesnay hablaba del trabajo como generador de la genuina riqueza, pero sin darle la connotación que luego. Ignorando las implicancias que tendría finalmente en la historia de las ciencias sociales, adhiere al concepto que afirma que el valor de las cosas descansa en el trabajo necesario para lograrlas. Sostuvo Smith que:
El verdadero precio de todas las cosas, lo que todas las cosas cuestan realmente al hombre que quiere adquirirlas, es el esfuerzo y la molestia.
Y propone finalmente el concepto que de alguna manera determinará el principio y el fin de la Teoría Económica Clásica, que ya había sido esbozado por los. Generalmente, cuando se estudia a Smith, un par de referencias a su teoría de la competencia y conceptos tales como la mano invisible polarizan el análisis, y no es mucho más lo que recuerdan los estudiantes, incluso los de economía, después de los exámenes. Smith es ante todo un moralista, un pensador social, un economista por consecuencia y no por decisión. Su visión de la organización social humana parte de su concepción ética, hija de las ideas que prohijaron los grandes transformadores de su tiempo y consecuencia de.
Un observador advertirá que los principales desarrollos de la Ciencia Económica han sido realizados por moralistas y filósofos, y esto no es casualidad porque su objeto está precisamente referido a la naturaleza humana y las relaciones sociales, cuya resolución siempre se analiza en el. Su gran aporte está fundado en su primer y gran tratado: Teoría de los Sentimientos Morales, 1759, donde dice:
…..A pesar de su natural egoísmo y avaricia, aunque sólo buscan su propia conveniencia, aunque el único fin que se proponen es la satisfacción de sus propios vanos e insaciables deseos, dividen con los pobres el fruto de sus propiedades. Una mano invisible los conduce.