La Compleja Naturaleza Humana: Sociabilidad, Individualidad y el Desarrollo del Potencial

La Compleja Naturaleza Humana: Sociabilidad, Individualidad y el Desarrollo del Potencial

El ser humano es, por naturaleza, un animal social. Los griegos lo denominaban politikón, habitante de la pólis o ciudad. La ciudad es algo natural e incluso anterior a la familia, porque el todo es anterior a la parte. Que la sociabilidad de los hombres tiene fundamentos psicobiológicos es hoy evidente, tanto para la sociología como para las ciencias afines. Rof ha señalado que la urdimbre humana alude a dimensiones biológicas y sociales. No es necesario insistir en la necesidad que tuvieron nuestros ancestros de vivir agrupados para hacer frente a las dificultades y los peligros. El hombre nace y se hace en sociedad, sin que pueda afirmarse que pacta o se contrata; uno nace ya «contratado» y equipado con ciertas dotes psicofísicas que después se desarrollan más o menos y en una u otra dirección. Wilson estima con optimismo que las sociedades humanas están organizadas con gran inteligencia y que cada miembro se enfrenta a una mezcla de desafíos sociales que ponen a prueba su ingenio.

El Desarrollo de las Dotes Psicofísicas

Las dotes psicofísicas no se desarrollan espontáneamente, y tenemos por un lado el hecho incuestionable de que el individuo depende estrechamente del medio social en que vive. Aunque al nacer somos iguales que hace diez mil años, la historia modifica y aumenta nuestras posibilidades. Es muy difícil de aceptar que las aptitudes básicas de un niño del Paleolítico fueran realmente inferiores a las de un niño actual. Si un niño arcaico fuera criado en una familia media actual, acabaría siendo un adulto como los demás, con su CI normal; si un niño de hoy fuera transportado al pasado arcaico, terminaría por tener un pensamiento «prelógico» y por practicar canibalismo. El individuo humano es el resultado de todos y cada uno de sus contactos habidos, sobre todo, durante su infancia y juventud.

El Talento como Deuda Personal: Perspectivas de Ortega y Marías

Cuando se miran las cosas con objetividad, se advierte que los niños, tan sociables y juguetones, necesitan también espacio y tiempo propios (privacidad) para madurar sus experiencias, para forjar su personalidad, para diferenciarse de los demás y ser sí mismos. El cultivo de las dotes personales requiere alguna dosis de apartamiento (insociabilidad). Tanto en el niño como en el adulto, la sociabilidad efectiva en estado puro conduce al anonadamiento. Rof lo ha puesto de manifiesto: el niño siente la necesidad de fijar su territorio, de limitar su campo de acción. Una acción limitadora que los padres muchas veces no saben comprender, insensibles a la incipiente y magnífica autonomía del mundo infantil.

Los individuos, si quieren cultivarse, tienen que retirarse y concentrarse sobre sí mismos. En la medida en que se practique o estudie, se alcanzará un cierto nivel de desarrollo; pero si no se aplica a ello, sus dotes se desarrollan muy poco. La inteligencia se pone en marcha a pleno rendimiento o se deja de funcionar a medio gas. Los talentos de los hombres han de tratarse con cuidado para que alcancen su máxima eficacia. Descartes decía que no basta con tener un buen entendimiento, sino que lo principal es aplicarlo bien. Por lo tanto, puede y debe hablarse de las raíces morales de la inteligencia. En ese desarrollo deciden primero los demás: familia y escuela; pero después de los 16 o 18 años es el propio individuo quien embrida sus energías y las conduce por donde quiere y hasta donde puede.

Ortega, en un artículo titulado «La cuestión moral», escribió que la cultura es un acto de bondad más que de genio; y en su libro más difícil advierte que se habla siempre del talento como de una prenda envidiable y envidiada, cuando a lo mejor es una deuda que cada cual tiene consigo propio.

Julián Marías ha reparado en ello: ya va siendo hora de que se imponga la certeza de que lo que se llama talento es una condición moral. El hombre adquiere conciencia de sí; va usando su razón, y al traspasar el umbral de la adolescencia sucede lo que Paul Valéry expresa: «un día me doy cuenta de que yo soy yo». Esta autoconciencia significa también la consideración, oscura o clara, de que hay que dedicar la vida a hacer algo determinado. Lutero lo hizo percibir con claridad, hasta el punto de que vocación y profesión se utilizan hoy en el orden mundano. Es indudable que esta valoración ética de la vida profesional constituye una de las más enjundiosas aportaciones de la Reforma y, por tanto, de Lutero. Un hermoso poema de Stevenson anima a no arrojar la toalla. Julián Marías lo traduce:

No dejes, alma mía, sin luchar el campo, ni dejes
sin saldar tus deudas, ni tu puesto desierto
sin haber prestado el debido servicio
(…) Combate, alma mía, por las horas y los instantes;
cada uno está preñado de servicio.

La Insociable Sociabilidad de los Hombres según Kant

Kant, al considerar que la sociabilidad de los hombres entra en colisión con la necesidad personal de desarrollar las disposiciones naturales, plantea la cuestión en varios principios:

  1. Primer Principio: Todas las disposiciones naturales de una criatura están destinadas a desarrollarse alguna vez de manera completa y conforme a un fin.
  2. Segundo Principio: Las disposiciones originarias, que se refieren al uso de la razón, no se desarrollan completamente en el individuo, sino en la especie.
  3. Tercer Principio: La naturaleza ha querido que el hombre saque enteramente de sí mismo todo lo que lo lleva más allá de la ordenación mecánica de la existencia animal, y que no participe de otra felicidad o perfección que no sea la que él mismo se haya procurado mediante la propia razón.

En el cuarto principio es donde introduce la idea de la insociable sociabilidad de los hombres:

El medio de que se sirve la naturaleza para alcanzar el desarrollo de todas las disposiciones consiste en el antagonismo de las mismas. Entendiendo por antagonismo la insociable sociabilidad de los hombres; es decir, la inclinación que los lleva a entrar en sociedad, ligada al mismo tiempo a una constante resistencia.

Esa disposición reside en la naturaleza humana. El hombre tiene propensión a socializarse porque en este estado siente más su condición de hombre, pero también posee una gran inclinación a individualizarse porque encuentra en sí la cualidad insociable de querer dirigir; por eso espera encontrar resistencias por todos lados. Tal resistencia despierta todas las facultades del hombre y lo lleva a superar la inclinación a la pereza. Impulsado por la ambición, el afán de dominio o la codicia, llega a procurarse cierta posición entre sus asociados a los que no puede soportar ni evitar. Se dan los primeros pasos que llevan de la grosería a la cultura, la que consiste en el valor social del hombre. Así se desarrollan los talentos y se forma el gusto.

Sin la mencionada cualidad de la insociabilidad, por la que surge la resistencia que cada uno encuentra necesariamente, todos los talentos habrían quedado ocultos. Los hombres apenas si le hubieran procurado a la existencia un valor superior al del ganado doméstico, y no habrían llenado el vacío de la creación con respecto al fin que les es propio, entendido como naturaleza racional. De estos principios kantianos se deduce que el desarrollo de los talentos no se produce íntegramente en medio de la sociedad, sino en el retiro, en soledad, mediante el cultivo personal de las dotes que se han recibido. En sociedad solo somos a medias, aparentamos y disimulamos. Como bien dice Ortega:

En la soledad el hombre es su verdad, en la sociedad tiende a ser su mera convencionalidad o falsificación.

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