Cronologia de la filosofia

Vamos a comparar a Tomás de Aquino con Aristóteles. Ya hemos mencionado que Tomás de Aquino fue el autor de la segunda gran síntesis de la escolástica cristiana, en la que se toma como base la filosofía de Aristóteles. Recordemos que, de este modo, Sto. Tomás vino a resolver el problema de la aparente incompatibilidad del cristianismo con el filósofo griego, que los averroístas planteaban tras una nueva interpretación de sus escritos originales. Las tesis aristotélicas conflictivas eran principalmente dos: la eternidad del mundo (que chocaba con el concepto de creación cristiana) y la mortalidad del alma individual humana (que para el cristianismo es inmortal). La solución que los averroístas propusieron para resolver la contradicción fue suponer que había dos verdades, una para la razón y otra para la fe. Tomás de Aquino consideraba inaceptable la tesis de la doble verdad pero, además, hizo lo posible por mostrar que era innecesaria: en su opinión, Aristóteles y el cristianismo no se contradecían, y para demostrarlo refundó la filosofía cristiana a partir de la del estagirita. La tarea la abordó con suma habilidad, pero para ello tuvo que modificar con sutileza algunos aspectos del pensamiento aristotélico. Sobre la eternidad del mundo, Tomás de Aquino dice que el mundo puede ser eterno y creado al mismo tiempo, siempre que la creación se realice en un tiempo infinito. Sobre la inmortalidad del alma, Tomás de Aquino cree que los averroístas interpretan mal la filosofía de Aristóteles. Aristóteles entiende el alma como aquello que permite a todo ser vivo realizar las funciones que le son propias, y en el caso del hombre la función principal sería la intelectiva. Efectivamente, Aristóteles considera que todas las funciones del alma, incluida el entendimiento racional, son mortales, pero también habla de un entendimiento activo (o agente) necesario para complementar la función intelectiva humana, que es meramente pasiva. Para Aristóteles el entendimiento agente es inmortal, pero según los averroístas lo consideraba como un alma universal separada del hombre. Tomás de Aquino, en cambio, considera que puede interpretarse sin problemas como una facultad superior del alma humana individual.

Por lo demás, la herencia aristotélica del tomismo es notable, aunque muchas de sus principales doctrinas no se amoldan con la facilidad con la que Platón lo hiciera a las necesidades dogmáticas del cristianismo. Pero Tomás de Aquino fue capaz de encontrar en el propio pensamiento aristotélico los recursos necesarios para limar las asperezas que iban surgiendo. Por ejemplo, la doctrina principal de Aristóteles sobre la realidad, el hilemorfismo, afirma que los seres naturales están compuestos de materia y forma. La forma hace el mismo papel que antes hacían las Ideas de Platón: representa la esencia y la perfección hacia la que tienden los seres, garantizando el orden teleológico de la naturaleza. Pero esta teoría hace, en principio, innecesaria la existencia de un mundo trascendente (como el de las Ideas de Platón), lo que resulta poco conveniente para el cristianismo porque Dios debería poder habitar en un ámbito trascendente. Sin embargo, Tomás de Aquino puede aceptar el hilemorfismo porque en la filosofía aristotélica se accede a la trascendencia de otro modo. Por ejemplo, en la teoría del movimiento, como paso de la potencia al acto, se afirma la primacía del acto sobre la potencia, lo que explica el orden teleológico de la naturaleza. También en la teoría de las cuatro causas (material, formal, eficiente y final) se establece la coincidencia las tres últimas en los procesos naturales para explicar por qué están ordenados hacia un fin. Esto marca en la naturaleza una dirección hacia la perfección. Pero el propio Aristóteles entiende que esa perfección última debe estar situada en un ámbito trascendente, metafísico, representada como forma pura o acto puro, como causa incausada o motor inmóvil. Tomás de Aquino aprovechará todos estos conceptos para elaborar sus cinco vías para demostrar la existencia de Dios que, de este modo, se convierten también en la prueba de que se puede hacer una filosofía cristiana partiendo de Aristóteles.

Las pruebas racionales para demostrar la existencia de Dios, o la pertinencia misma de una filosofía cristiana son cuestiones que tiene sentido plantearlas en el contexto medieval, en el que la fe religiosa relegaba a la razón a un papel servil y secundario. Sin embargo, en la actualidad, el marco intelectual de nuestra cultura es bien distinto, pues hace ya siglos que las relaciones entre la fe y la razón se han invertido claramente. Al menos desde la Ilustración, Europa y todo el mundo occidental han sido reconstruidos con los ladrillos de la razón, como siglos atrás lo fueron con los del cristianismo. La ciencia y la tecnología han ido avanzando en la medida en que la fe, el prejuicio y el dogma han ido arrinconándose. Las democracias han ido afianzándose en la medida en que han ido separándose Iglesia y Estado, y la vida pública ha ido haciéndose laica. Oficialmente ha ido aceptándose más o menos que las cuestiones religiosas, como la existencia de Dios, pueden respetarse dentro del ámbito privado pero no deben nunca condicionar el pensamiento científico.

Sin embargo, lo mismo que el mundo medieval no supo deshacerse de la razón, el mundo moderno e ilustrado en el que vivimos tampoco ha logrado deshacerse de la fe. Algo no debe irle del todo bien al viejo logos griego cuando aún triunfan en determinados lugares los intentos por sustituir la teoría de la evolución en los programas educativos, por alternativas especulativas sin fundamento científico pero con mucho prejuicio religioso. Nos referimos a la famosa teoría del diseño inteligente, inspirada directamente en las vías tomistas (especialmente en la quinta). Sus defensores argumentan que el complejo orden del universo no puede ser meramente fruto del azar, como sugiere la teoría de Darwin, pues la probabilidad de que esto suceda es muy escasa. Por tanto entienden necesaria la existencia de un diseñador inteligente que introduzca el orden. El diseño inteligente ha encontrado otro apoyo argumental en un concepto de la física reciente conocido como el principio antrópico, según el cual vemos el universo como es porque existimos. Es decir, la existencia de seres inteligentes como nosotros ha sido posible sólo porque el universo ha evolucionado, desde el Big Bang, de la manera en que lo ha hecho, y no habría sido posible si esta evolución hubiera variado sólo ligeramente. Tal ajuste fino de las condiciones que hacen posible nuestra existencia indica también, según ellos, la presencia de un gran diseñador. Sin embargo, esta teoría no puede ser verdaderamente científica por más que a muchos les pueda parecer razonable o coherente con los hechos. También es coherente suponer que el universo descansa sobre una tortuga gigante, pero ninguna de estas suposiciones cumple las condiciones necesarias para ser consideradas científicas: no son observables ni cuantificables y no se pueden hacer predicciones a partir de las mismas. Es cierto que podría haber un diseñador inteligente, pero también podría no haberlo. Que las explicaciones científicas tengan sus limitaciones no significa que cualquier explicación alternativa tenga que considerarse necesariamente científica. La ciencia ha ido avanzando siempre en la medida en que ha ido excluyéndose de ella la idea de Dios. Pues Dios, como explicación, agota todas las demás explicaciones e imposibilita en la práctica el desarrollo científico. Como mucha gente aún cree en Dios, seguramente debe haber un lugar para él en la sociedad moderna, pero difícilmente puede ser en el ámbito científico. Tal vez sea legítimo, a nivel personal rellenar las lagunas de la ciencia con las creencias religiosas que uno desee, pero si la fe y la razón tienen que coexistir, tal vez el único modo sea que sus respectivos asuntos no se interfieran.

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