Hannah Arendt: El Totalitarismo
El totalitarismo es el mal más radical, una nueva forma de gobierno que difiere de las tiranías y las dictaduras por la forma en la que utilizan el terror. Arendt quiere descubrir los rasgos del estado totalitario tanto en el nazismo alemán como en el comunismo ruso. El totalitarismo quiere que los súbditos no piensen en absoluto.
Rasgos del Totalitarismo
Algunos rasgos son:
- Concentración del poder en un líder.
- El terror como mecanismo de dominación.
- La progresiva abolición de las libertades y derechos.
- El desplazamiento constante del centro del poder y la aparición de la policía secreta.
- La creación de enemigos.
- El uso de la propaganda y el adoctrinamiento.
- Los campos de concentración como la institución central del poder totalitario.
El Terror y los Campos de Concentración
El terror es la herramienta que utilizan los totalitarismos para evitar que los individuos puedan pensar y expresarse con libertad, anulando de manera progresiva sus derechos. El desprecio por la vida humana comenzó cuando millones de seres humanos fueron dejados sin estado y se les negó el derecho a tener derechos; fueron privados de sus derechos humanos. Ese terror halla su expresión máxima en los campos de concentración, considerados como la institución central del poder totalitario. Para realizar su ficción, eliminan toda espontaneidad y toda particularidad para reducir la personalidad humana a cosa. Dos de los medios para conseguir este objetivo son el adoctrinamiento y el terror absoluto de los campos de concentración.
Las consecuencias para los que vivían en los campos de concentración son:
- El primer paso es matar la personalidad jurídica, colocando a ciertas categorías de personas fuera de la protección de la ley, como a los judíos, gitanos, comunistas o los homosexuales, y situando al campo de concentración fuera del sistema penal ordinario. La mayoría de los presos eran personas que no habían cometido ningún delito, ya que en el totalitarismo las leyes no cuentan.
- El siguiente paso es el asesinato de la persona moral. Los que viven en los campos de concentración saben que hagan lo que hagan no servirá de nada porque todo va a acabar en el pozo del olvido.
- El último y decisivo paso era matar la individualidad de la persona humana, su creatividad, su capacidad de actuar. Comienzan con las monstruosas condiciones de los transportes a los campos (centenares de seres humanos hacinados desnudos en un vagón de ganado), la llegada al campo, el rasurado de la cabeza, la grotesca indumentaria del campo y las torturas inimaginables para destruir a la persona humana.
Nacimiento y Acción Política: Una Nueva Espontaneidad
En La condición humana (1958), Hannah Arendt desarrolla la idea de nacimiento y de la acción como bases. Al contrario que Heidegger (el hombre es un ser para la muerte y solo el que tiene presente continuamente su mortalidad lleva a una vida auténtica), Arendt afirmaba que con cada nuevo nacimiento se da una nueva posibilidad de cambiar el mundo, comenzar algo nuevo, y esa es la suprema capacidad del hombre. En la sociedad de masas se pierde la singularidad, la creatividad y la capacidad de hacer algo nuevo: impera el individuo-masa. El libro de Arendt es una reivindicación de la acción humana, la actividad más propiamente humana, en la que los seres humanos muestran su singularidad, aceptan sus diferencias y el pluralismo de las visiones. Se trata de una acción política que contrarresta la sociedad de masas uniformizadora y el individualismo despreocupado hacia la suerte de los demás.
Eichmann en Jerusalén y La Banalidad del Mal: La Necesidad de Pensamiento
Hannah Arendt asistió al proceso contra Eichmann. Al final del juicio escribió un libro titulado Eichmann en Jerusalén: un estudio sobre la banalidad del mal (1963). Eichmann no era el «monstruo». Sus actos no eran disculpables ni él era inocente. Estos actos fueron realizados porque era un burócrata que cumplía órdenes sin reflexionar sobre las consecuencias y no había en él un sentimiento de bien o mal en sus actos. El hecho de que el mayor mal de la historia (el Holocausto) pudo ser posible por personas normales, comunes, ordinarias, es lo que denomina Arendt «banalidad del mal». La aparición del mayor mal puede darse de una forma normal, corriente, desdramatizada, banalmente. Eichmann no odiaba a los judíos; lo admiraba a él. Y son este tipo de individuos, la sociedad de masas, incapaz de participación civil, que encuentra su realización en una organización que anula la razón. Fue un claro ejemplo de cómo la falta de pensamiento propio puede llevar a alguien a participar en la burocratización de la maldad. La idea central de su obra es que las tragedias como el Holocausto las provoca la falta de pensamiento y de reflexión, y la falta de empatía para pensar sintiendo lo que los otros sienten («responsabilidad colectiva»). El peligro es no pensar por sí mismo y dejarse llevar por las normas. Arendt definirá esta incapacidad de pensar como incapacidad de pensar por uno mismo, en el sentido de la máxima Kantiana del «sapere aude», como imposibilidad de ponerse en el lugar de otro. Reflexiona sobre la complejidad de la condición humana y alerta a estar siempre atentos a lo que llamó la banalidad del mal para evitar que ocurra. Su obra ha sido muy influyente.
Existencialismo
El existencialismo surge a finales del siglo XIX pero alcanza su máximo esplendor en el siglo XX. Es una corriente filosófica que se centra en la libertad del individuo, la responsabilidad de sus elecciones y el sentido (o la falta de él) en la vida. Se popularizó con filósofos como Jean-Paul Sartre, Albert Camus y Simone de Beauvoir. Para los existencialistas, no hay un destino prefijado ni un propósito dado por Dios o la sociedad. Cada persona tiene que construir su propia esencia a través de sus decisiones. Esto puede generar angustia porque nos enfrentamos a un mundo sin un significado predefinido.
Figuras Clave del Existencialismo
Uno de los primeros filósofos del existencialismo fue Kierkegaard, pues introdujo la noción de la angustia existencial como un estado fundamental de la existencia humana. Kierkegaard argumentaba que la elección y la responsabilidad son aspectos esenciales de la vida individual, y que la fe religiosa proporciona una respuesta a esa angustia existencial.
Una propuesta contraria es la de Friedrich Nietzsche, pensador clave en el desarrollo del vitalismo y los inicios del existencialismo, pues cuestionó las creencias tradicionales sobre la moralidad y la religión en obras como Así habló Zaratustra (1883), y proclamó la «muerte de Dios» defendiendo la idea del «superhombre», como el ser humano que crea sus propios valores y vive de acuerdo a su propia «voluntad de poder».
En el siglo XX, encontramos a Sartre, que es el máximo exponente del existencialismo. En su obra El ser y la nada (1943), Sartre argumentó que «la existencia precede a la esencia»; esta es la idea central de su obra. También expuso de manera excepcional en El existencialismo es un humanismo, su noción de libertad, pues para Sartre, «estamos condenados a ser libres» y a ser completamente responsables de nuestras acciones. «Lo importante no es lo que se hace de nosotros, es lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros». Sartre pretende extraer todas las consecuencias de la «muerte de Dios» que Nietzsche había expuesto.
Hemos de destacar a Simone de Beauvoir, compañera sentimental de Sartre. El existencialismo de Simone se relaciona con la ética, pues entiende que las decisiones individuales afectan a todo el género humano. Con su obra El segundo sexo (1949) alcanzó la fama mundial. Este ensayo, uno de los que más han influido en el feminismo moderno, defiende que las mujeres deben proyectarse hacia lo que quieran ser. Beauvoir enfatizó la importancia de la libertad y la autonomía para todas las personas, independientemente de su género.
Y por último, encontramos a Albert Camus, que abordó temas existenciales en obras como «El mito de Sísifo» (1942). En ella, Camus exploró el absurdo de la condición humana y la búsqueda de significado en un universo indiferente, argumentando que la vida debe enfrentarse con valentía y aceptación de su falta de sentido intrínseco.
Como hemos visto, el existencialismo abarca una amplia gama de ideas y perspectivas filosóficas, desde la angustia propuesta por Kierkegaard, la libertad individual, el absurdo y la responsabilidad moral. Pensadores como Kierkegaard, Nietzsche, Sartre, Beauvoir y Camus han enriquecido el panorama filosófico con sus contribuciones y continúan siendo objeto de estudio y debate en la actualidad.
Filosofía Analítica
La filosofía analítica surge a finales del siglo XIX y se consolida en el siglo XX. Ha sido la corriente dominante en los países de habla inglesa, y se caracteriza por su énfasis en el análisis riguroso del lenguaje y la lógica como herramientas fundamentales para abordar problemas filosóficos. Este enfoque se contrapone a la tradición continental, que tiende a ser más especulativa y hermenéutica.
Figuras Clave de la Filosofía Analítica
Bertrand Russell es un autor pionero en el análisis lógico del lenguaje, que contribuyó significativamente al desarrollo de la filosofía analítica. En su monumental obra Principia Mathematica (1910-1913), Russell buscó establecer los fundamentos de las matemáticas a través de la lógica simbólica. En este trabajo, Russell propuso una teoría de los tipos lógicos para evitar paradojas, incluida la paradoja que había sido propuesta anteriormente por el propio Russell, su Paradoja del Barbero. Además, Russell realizó importantes contribuciones; su programa de reducción de las matemáticas a la lógica, conocido como logicismo, influyó en gran medida en el desarrollo posterior de la filosofía analítica. Russell también fue un defensor del atomismo lógico, la idea de que el lenguaje puede analizarse en sus componentes más simples, los cuales son los átomos del significado lingüístico. Esta noción influyó en la posterior filosofía del lenguaje, particularmente en el trabajo de Wittgenstein.
También encontramos a Wittgenstein, uno de los mayores representantes de la filosofía analítica. En su obra Tractatus Logico-Philosophicus (1921), propuso una teoría del lenguaje que buscaba clarificar la relación entre el lenguaje y el mundo, argumentando que los problemas filosóficos son en realidad confusiones lingüísticas. En su trabajo, Wittgenstein sugirió que las proposiciones tienen sentido solo si pueden ser verificadas mediante la correspondencia con hechos empíricos. Su idea central es que el lenguaje refleja la estructura del mundo: «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo» y, por tanto, todo lo que podemos pensar y decir con sentido se halla limitado por esa estructura.
Posteriormente, el positivismo lógico, representado por el Círculo de Viena, fue una corriente importante dentro de la filosofía analítica. Autores como Rudolf Carnap y Moritz Schlick defendieron la idea de que solo las afirmaciones verificables empíricamente tienen sentido, rechazando la metafísica y las proposiciones que no pueden ser sometidas a prueba empírica.
La filosofía analítica continúa siendo una corriente influyente en la filosofía contemporánea, abordando una amplia gama de temas que van desde la epistemología y la metafísica hasta la ética y la filosofía de la mente. Su enfoque preciso y riguroso sigue siendo objeto de debate y estudio en la actualidad.
Comentario
- La autora del texto es Hannah Arendt, una filósofa política del siglo XX de origen judío. Escribió sobre la esclavitud política, el totalitarismo y la modernidad. Su trayectoria profesional queda alterada por el nacionalismo y el Holocausto. Es conocida por su obra sobre el totalitarismo y por sus libros Los orígenes del totalitarismo y Eichmann en Jerusalén.
- El totalitarismo destruye la individualidad al eliminar tanto la persona moral como la jurídica. Esta desposesión de su condición humana facilita una sumisión casi automática al poder establecido.
- La psicología de masas ayuda a explicar por qué millones de personas aceptaron su destino sin oponer resistencia, marchando pasivamente hacia la muerte.
- Al destruir la individualidad, también se elimina la espontaneidad y la capacidad de iniciar algo nuevo. Este control total del comportamiento refleja el verdadero triunfo del sistema: lograr, a través del terror, que la víctima acepte su destrucción sin oponerse, reforzando así el poder totalitario.
- Arendt, en su obra Los orígenes del totalitarismo, ofrece un profundo estudio sobre los mecanismos del totalitarismo y cómo este sistema destruye la individualidad y la espontaneidad a favor de la sumisión absoluta. Según la autora, el primer paso era matar a la persona jurídica; personas que no habían cometido ningún tipo de delito eran situadas en campos de concentración, fuera del sistema penal ordinario. A continuación, tenía lugar el asesinato de la persona moral, ya que los presos saben que hagan lo que hagan no serviría de nada. Por ello, Hannah Arendt argumentaba que la destrucción de la individualidad es fundamental para mantener el control totalitario, ya que una vez los individuos han perdido su identidad y su independencia, se convierten en instrumentos sumisos del régimen. El poder totalitario tiene la capacidad de privar a las personas de su identidad y dejarlos sin autonomía, reduciéndolos así a meros instrumentos que solo siguen órdenes. Arendt defendió que esta sumisión es un medio estratégico para mantener a la población esclavizada. Por ello, en la Solución Final, cuando los presos eran aniquilados, aceptaban su condición de ser inerte que solo sirve para seguir órdenes, perdiendo así su capacidad de actuar y su creatividad. Por lo que, podemos decir que los campos de concentración son la verdadera institución del poder totalitario. Y por último, observamos de nuevo en el texto que dichas campañas matan nuestra individualidad, nuestra creatividad y nuestra capacidad de actuar, lo cual nos mata como individuos y hace que perdamos nuestra capacidad de elegir nuestros propios actos, transformándonos así en simples cosas, en fantasmas que no reflexionan y no tienen capacidad crítica. En el caso de los presos, perdían su capacidad para rebelarse, es decir, renunciaban a sí mismos y a su identidad; a partir de ese momento se convertirían en sumisos y solo se dedicarían a seguir las órdenes establecidas.